martes, diciembre 20, 2005

Cruzó el puente






A los 79 años de edad falleció en Komaki, Japón, Abelardo Takahashi Núñez, músico y compositor peruano popular y fecundo.

Murió en el país donde nació su padre.


Nació y se crió don Abelardo en Ferreñafe, paraje de una milenaria civilización, lleno de embrujo, misterio y de hermosas mujeres.

Sólo una tierra así podía ser cuna de un hombre cuyas canciones poseían el embrujo, el misterio y porsupuesto la belleza de su tierra.


Sus canciones delatan a un hombre exquisito y sensible, empedernidamente enamorado de la vida y que supo cantarle a su gente y a su paisaje con sus propias palabras.

Tuve no solo la fortuna de estrechar su mano y oírle cantar en casa de su hija Katy y de su yerno Pablo, allá en Kanagawa, sino también de disfrutar su buen

talante y socarrón sentido de humor.

Se ha ido pero ha dejado un legado que los peruanos seguiremos cantando en el interin que separa la cuna de la tumba: "Que viva Chiclayo, "Engañada", "Con locura", "Ansias", "Embrujo", "Imaginación", "En punto de caramelo", "Angustia", "Crueldad", "Será mejor", "Mal paso", "Arrullo", "El beso", "Corazón de urpi", "El nuevo día", "Nuestra música se pasa". Además de 30 marineras norteñas, hermosas como "Sacachispas", "Severiano" o "El arenal".

Manuel Acosta Ojeda, otro notable compositor peruano, cree que el tema más hermoso que escribió Abelardo fue uno que tituló "El puente". Me sumo a esa apreciación.

"Al otro lado del puente
un nuevo cielo me espera
yo voy a cruzar el puente
aunque al cruzarlo
yo muera.

Allí las aves son libres
anidan en los laureles
hay rosales sin espinas
y los árboles no mueren
los ríos no tienen dueño
ni las montañas tampoco
todos aplacan su sed
bebiendo en la misma fuente.

¡Dígame si no hay razón!
¡Para que yo cruce el puente!"


Será enterrado en el cementerio de Ferreñafe al lado de doña Tarsila, su madre. Tal ha sido su última voluntad.


miércoles, noviembre 30, 2005

Carlos y la niña de Hiroshima






Los periódicos y la televisión japonesa amanecieron hoy con el nombre del peruano Carlos Yagi en sus titulares. Una semana antes, en la ciudad de Hiroshima, una niña de siete años de edad fue hallada muerta dentro de una pequeña caja de cartón, cuyas junturas fueron selladas con una cinta adhesiva adquirida en una tienda de 100 yenes o "hyakuen shop". Para que entrara en la caja el criminal debió "desarticular" el cadáver aún tibio.

La foto del peruano Carlos Yagi, de 30 años de edad, salta de noticiero en noticiero. Es el asesino.

Ante la falta de noticias concretas, los periodistas recurren a los testimonios de los vecinos.Una anciana dijo que se trataba de un "gaikokujin" (extranjero) raro, solitario y poco comunicativo. Otro testigo manifestó que le gustaba comer chocolate y contemplar, desde la escalera del "apato" donde vivía, a los niños que se circulaban por la calle en dirección a sus escuelas.

Carlos Yagi no hacia nada por la vida. Estaba desocupado y desde hace un mes buscaba un esquivo empleo.

Un reportero televisivo decía en su despacho remitido desde el frontis de la comisaría que la policía estaba convencida de que el asesino residía dentro del kilómetro perimetral donde ocurrió el crimen. Y no se equivocó. Yagi vivía a menos de 300 metros del lugar donde dejó abandonado la caja con el cuerpo de la niña. Luego huyó de Hiroshima y se instaló en Mie Ken, donde finalmente fue detenido a la 1 y 45 de la madrugada de hoy.

Mientras las investigaciones continúan, el móvil del crimen parece más que evidente. La policía ofrecerá al mediodía una conferencia de prensa que esclarecerá todas esas dudas.

Este es quizá la noticia policial más escalofriante protagonizada por un peruano. Hace dos años, otro peruano que le gustaba retar a los semáforos en la madrugada, embistió en un cruce de avenidas a otro coche matando a sus jóvenes ocupantes. Dos chicas japonesas.

Habituados a crímenes horrorosos de adolescentes degollados por otros adolescentes, crímenes que sólo suceden aquí, lo último que se esperaba que el asesino de la niña de Hiroshima fuera un extranjero, un trabajador peruano, un emigrante.

Ya son cinco o seis las llamadas telefónicas que he recibido en el curso de esta mañana. Compatriotas impactados con la noticia y a la vez preocupados por sus repercusiones.
En las fábricas niponas, ellos tendrán que responder por Yagi y por un asesinato que les salpica.



martes, noviembre 15, 2005

De sapos y princesas



Ella ha sido la única princesa que al besar a un sapo* se convirtió en plebeya. Se trata de la última hija del emperador Akihito. Se casó el 15 de noviembre con un tal Yoshiki Kuroda, un burócrata de 40 años de edad. La ceremonia se celebró por la mañana en el exclusivo hotel Imperial, en Tokio. Desde ahora dejará de ser la princesa Sayako y se presentará sencillamaente como la señora Kuroda.

Confinada desde que nació a una vida palaciega, se desconoce si sabe lidiar con una escoba o si domina el arte de freír un huevo. Acaba de sacar, a los 36 años de edad, su licencia de conducir. Meses atrás se ha venido entrenando para llevar la vida de una ama de casa común y silvestre.

Definitivamente, se le verá comprando carne de pollo, verduras y frutas en los super mercados, la veremos haciendo cola en los cinematógrafos o usando los servicios públicos a una hora punta, codeándose o pisando callos de otros pasajeros.

En Japón, besar a una princesa ya no garantiza que te vuelvas príncipe.

La vida de plebeya de la señora Kuroda le costará al país el pago único de 152.500.000 yenes, 1'284'643 US Dólar. Caramba, suerte la de algunos sapos.






(*)Se entiende que lo de sapo es una figura. No tomarlo al pie de la letra, aunque...


lunes, octubre 24, 2005

¿Qué está haciendo su hija?






Digamos que se llama Mariko. Tiene 16 años de edad. Estudia el segundo año de koko (secundaria superior). Todos los días sale de casa a las siete de la mañana y retorna a ella después de las diez de la noche.

Su padre es un oficinista y su madre empleada en un almacén en la periferia de Tokio.Sus padres creen que Mariko es una chica responsable. Aunque no tiene necesidad de hacerlo, después del colegio Mariko trabaja despachando comida rápida en un McDonald's o en un algún otro restaurante de ese tipo.

Muchos padres japoneses, tan atareados, creen que los hijos son como las plantas. Que sólo requieren un poco de luz y agua para crecer.

Si echaran un vistazo al ropero de Mariko se sorprenderían de hallar carísimos perfumes franceses, vestidos italianos, carteras y joyas de distintas marcas: Versace, Louis Vuitton, Yves Saint Laurent, Gucci...

Claro, no lo harán porque no tienen tiempo para los hijos.

Lejos de trabajar despachando hamburguesas, Mariko obtiene ese dinero prostituyéndose. En Japón llaman a esa transacción entre un hombre maduro y una colegiala, enjo kousai, algo así como relaciones de ayuda.

El enjo kousai apareció en Japón a finales del auge económico de los años 80. Las chicas, sobre todo de clase media, habituadas a un costoso nivel de vida proporcionado por sus padres, procuraron mantener esas comodidades cuando acabó el boom de la prosperidad, relacionándose con hombres maduros que podían satisfacer cada uno de sus caprichos.

En la actualidad estas muchachas candorosas establecen las citas con los clientes a través de sus teléfonos celulares o por intermedio de portales de internet.

El promedio que se paga por estas relaciones de ayuda es de 40.000 yenes, unos 350 dólares aproximadamente.

La cultura japonesa, la misma de la ceremonia del té, el ikebana y las geishas, enfoca el sexo de una manera distinta a la occidental y valoriza a la mujer aún por encima del hombro. Quizá por eso se muestra muy tolerante con estas prácticas sexuales con menores de edad.

Al caer la tarde, Mariko es una de tantas jóvenes que merodean por la estación de Shibuya con sus uniformes escolares tipo marinero. Se ha citado a esa hora con un cliente. Llevará el cliente un clavel rojo en la solapa. Ese será el distintivo. Después acudirán a un love hotel de las inmediaciones.

Años después, Mariko, bien casada y madre de dos niños, me contó que el cliente del clavel rojo nunca acudió a la cita. Al menos eso creía. Esa noche, al volver a casa más tarde que de costumbre, halló, mientras sus padres dormían, un clavel rojo en el tacho de basura de la cocina...



domingo, octubre 09, 2005

El ritmo del chino*





Fujimori no es músico ni coreógrafo. Carece de oído y en consecuencia de ritmo. Pero tiene la capacidad musical para hacer bailar a sus detractores al ritmo del chino.

Desorejado para la música, sin embargo, es un consumado ajedrecista que está siempre adelante en las jugadas contra sus adversarios. Cuando todos están de ida, Fujimori da la sensación de que estuviera de vuelta.

En Japón siempre se las arregla para hacer noticia. Sabe que hay una prensa atenta a sus movimientos. La usa, la manipula. Aunque se ha visto rozado por un estafador y por un fraudulento príncipe, Fujimori ha tenido en el alcalde de Tokio a su mayor vocero y admirador y en una escritora y exitosa empresaria, que finge de novia, a su millonaria protectora. Una rica protectora que le compra hasta las corbatas de seda y con la que ha tratado de espantar la sombra de que su exilio dorado no ha sido a costa de los lingotes de oro que le sustrajo al Perú.

Más allá de sacar roncha en Lima, su incursión mediática al consulado peruano de Gotanda, donde solicitó su DNI y recabó su pasaporte, permitió a Fujimori entrar por primera vez en contacto con sus compatriotas en Japón que formaban fila en la oficina consular. Ha comprobado, al recibir muestras de simpatías, que debe ser cierto que un 30 por ciento de peruanos votaría por él si mañana fueran las elecciones.

Eso refuerza su deseo de volver.

En todo caso, mientras Fujimori muestra una estrategia coherente, de "retorno", diseñado junto con su abogado César Nakasaki, el gobierno de Toledo da muestra de lo contrario. Esa inoperancia cierta o calculada del gobierno de Toledo por extraditarle sustenta esa hipótesis.

No son pocas las voces que han criticado la politización de la extradición de Fujimori. Hasta la anterior asesora legal de la embajada de Perú en Tokio retornó a Lima disgustada ante tanta descoordinación y desidia. Denunció que se carecía de una estrategia para extraditarle. Y así se lo dijo a la periodista Rosa María Palacios cuando la entrevistó en su programa del 17 de mayo del año en curso.

Denise Ledgard, una especialista en temas de corrupción y lavado de dinero, formada en una prestigiosa universidad inglesa, dejó Japón desencantada con una embajada que agotaba sus bríos enviando quejas, notas de protesta o cartas airadas contra toda universidad o burgomaestre nipón que osara emplear o hablar de Fujimori. Algo así como tratar de apagar un incendio con soplidos.

Su malestar le costó el puesto además de la ingratitud del ex canciller Rodríguez Cuadros, quien tras rechazarle su renuncia, le pidió que permaneciera en el puesto sin sospechar que al poco tiempo iba a ser cesada de sus funciones en Japón. Eso ocurrió en marzo de este año. Ledgard se guardó ese golpe bajo y si no hizo escándalo fue porque no quiso empañar el proceso de extradición de Fujimori que ella emprendió en Japón en el 2001 .

Por cierto, Fujimori ya tiene 67 años de edad. Se hace viejo y su apuesta es por el 2006. El cebo de las elecciones presidenciales despierta sus apetitos, como buen político, de poder y adulación. Inhabilitado por diez años, el 2012 lo convertiría en un candidato de 73 años. Y eso es demasido tiempo para un político que durante diez años se embriagó con el poder. Además, su tiempo en Japón se agota. Ya no puede seguir prolongando más su estancia en este país. Por más hijo o japonés que sea, Fujimori entiende y Japón también, que un hombre no puede seguir distorsionando las relaciones con un país por más pequeño que sea.

Cinco años han sido más que suficiente para que este individuo acusado de corrupción, malversación y de crímenes de lesa humanidad, y con orden de captura en más de 105 países del mundo, diseñe una estrategia que le permita reinsertarse en el sistema legal de su país.

Lo concreto es que Fujimori firmó su defunción moral el día que, entre gallos y medianoche, fugó del país para renunciar luego a la presidencia de su país, vía fax, sin ofrecer el pecho ni mucho menos dar la cara. Huir, como lo hizo, echó por tierra su obra política. La recuperación de una economía exhausta por una inflación astronómica, la estabilidad social que sobrevino con la captura de Abimael Guzmán y la desarticulación de Sendero Luminoso y el MRTA, además de la tranquilidad que proporcionó sellar la paz con el Ecuador.


Hay que admitir que el desprestigiado gobierno que lidera Toledo ha sido el mejor abono que ha servido para restituir la imagen vilipendiada del chino corrupto y fugado. En tanto, el baile del chino continúa sin que el Estado peruano presente una estrategia coherente que le estropee la fiesta y lo reúna con su compañero de fechorías en la base naval del Callao. En fin, de su lema político :"tecnología, honradez y trabajo" no queda ni rastro.







(*) Cumbia creada por Ana Kohler Esta canción acompañó al ex presidente Fujimori durante su campaña para ser reelegido en el año 2.000.

jueves, junio 23, 2005

Robot Guardián






La robótica es un área que fascina y seduce a los japoneses. Sony y Honda están a la vanguardia en esta tecnología. Cada año presentan versiones mejoradas de los prototipos de robots de aspecto humano que desarrollan sus laboratorios. Llegan con más habilidades, menor tamaño y peso. Sin embargo, ninguno de los dos se anima a producirlos en serie. Los costes de producción son exorbitantes y todavía no están al alcanze de sus mercados.

El único robot que se vende es el perro electrónico AIBO, de Sony, una mascota que se programa para que interactúe con su propietario.

Sin embargo, la pequeña firma nipona de robots ZMP ha sido la primera en lanzarse al mercado con un robot "humanoide" que no logra zafarse de su apariencia de juguete. El robotito de marras se llama Novo (*), diseñado para que sirva de guardián de casa. Se fabricaron 2.300 robots.

No se piense que se trata de un robot capaz de enfrentar a golpes o usar rayos láser contra una avezado delincuente. De ninguna manera. Novo mide apenas 35 centímetros y pesa 2.5 kilogramos. Basta una patada y un pisotón para dejarlo fuera de combate.

Se trata más bien un robot de vigilancia, de entretenimiento y porsupuesto, educativo. Es capaz de levantarse, caminar y responde a ordenes orales sencillas como "para", "gira a la izquierda", "gira a la derecha..."

La cámara digital que hace a la vez de cabeza del robot permite al dueño de este pequeño ingenio ver qué es lo ocurre en su casa desde cualquier ordenador o desde la pantalla de su teléfono móvil. También se le puede operar a control remoto, además está programado para bailar y tocar música.

Un diseñador, un coreógrafo y un fabricante de chips se juntaron para crear este robot. Los fabricantes dicen que Novo sirve también de adorno en la sala de una casa. Su diseño es agradable a la vista y constituye sin duda una pieza de lujo.

Lo de lujo es cierto. Novo está valorizado en 588,000 yenes, unos 5,400 dólares americanos.

Al paso que va la robótica, no será raro que dentro de algunos años acudamos al bar y pidamos una cerveza para nosotros y una copa de lubricante extra fino para el amigo robot.






(*) http://www.zmp.co.jp/e_home.html

sábado, junio 04, 2005

530







El 530 le recuerda a los japoneses el deber de colaborar con la limpieza de la ciudad. La pronunciación de estos números en japonés forman la palabra Gomi: Go (5) Mi (3) Zero (0). Es decir, "Gomi-0" o "Basura-0".

El domingo pasado fue en Japón el día de GoMi-Zero.

Muy temprano, cientos de personas se juntaron, formaron cuadrillas e iniciaron la limpieza de la ciudad: calles, avenidas o parques. Hombres, mujeres y niños vistieron ropas de faena. Mamelucos, guantes de tela, botas de jebe. Portaron bolsas de basura. Muchas bolsas de basura. Unidos, emprendieron las labores de limpieza sin otro premio que el sentirse orgullosos de tener su ciudad limpia.

Dicho en buen cristiano, no cobraron por esta labor que en nuestros países, al menos en Perú, lo realiza el servicio municipal de limpieza pública.

Entre las siete y las nueve de la mañana, divididos en pequeños grupos, iban a la caza de desperdicios, latas, revistas, papeles, colillas, recipientes plásticos de comida que peatones y conductores arrojan a la calle.

El día de GoMi-Zero no es un día que se improvisa. No se trata de gente que madruga y que se va a la calle a limpiar los lugares que se le ocurre. No. Todo está organizado. Ya se sabe la debilidad que tienen los japoneses de programarlo todo.

En la asamblea de vecinos se establece, con varias semanas o meses de anticipación, las personas que participarán ese día y las áreas donde operarán. Además de los vecinos, los chicos de los colegios, con la supervisión de sus maestros, se suman a la cruzada de limpieza. Una cruzada que cuenta con el apoyo logístico de los municipios que proporcionan los vehículos recolectores de basura.

Se estima que los seres humanos producimos por lo menos un kilo diario de basura. Si lo multiplicamos por cada habitante de la Tierra, la cifra de basura diaria resulta tan astronómica como agobiante*.

Las leyes que reglamentan la eliminación y el reciclaje de la basura exigen a los japoneses una selección de los desperdicios orgánicos e inorgánicos que producen y que deben ser arrojados en los contenedores en las bolsas de plástico que les corresponden.

En algunas ciudades niponas como Kamikatsu, en la prefectura de Tokushima, la basura se clasifica en 34 categorías. Pero, lo común es clasificar la basura en envases de aluminio, recipiente de plástico, vidrios, lozas, periódicos y papelería en general, baterías, etcétera.

Asimismo, las leyes obligan al consumidor pagar entre 2.000 y 4.500 yenes (entre 20 y 40 dólares americanos) para que pueda deshacerse de cierto tipo de basura d
oméstica: televisores, refrigeradores, lavadoras, microondas, ordenadores e incluso los muebles viejos del hogar.

Más paga el que más compra, el que más consume.

El primer vistazo que produce Japón es el de un país colmena, de ciudades apretadas, construidas por laboriosas abejas. Aunque impera el orden, la disciplina y la limpieza, no faltan lugares en los bordes de las ciudades, donde la basura es arrojada al amparo de las sombras.

Lugares descampados donde se pueden hallar neumáticos gastados, baterías de coches, motocicletas destartaladas, automóviles con las carrocerías oxidadas, sofás rotos, cocinas, alfombras agujereadas, bicicletas que la maleza devora en la primavera y que la nieve oculta durante el invierno.

Sin embargo, el grueso de la población tiene conciencia cívica y un arraigado sentimiento de grupo que les permite emprender juntos desafíos colectivos que demandan tareas como estas en sus pueblos y ciudades.

Después del 503, cuando la primavera cede su paso al verano, las asociaciones de vecinos emprenden, en todo Japón, la limpieza de sus propios barrios. Abuelos, padres, hijos y nietos se juntan con otros abuelos, padres, hijos y nietos con el fin de dedicarle una mañana al aseo del vecindario, empezando por las alcantarillas.

Mantener limpia una ciudad, colaborar con el reciclaje de la basura no sólo es un deber cívico sino también una responsabilidad social. La eliminación de los residuos que producimos se ha vuelto un calamidad. El hombre es el mayor agente contaminante de un planeta que tiene cada vez menos agua que beber y aire puro que respirar.

Y el 503 de los japoneses echa una manito a un planeta que está sucumbiendo a los excesos que trae consigo el consumo. Un consumo sustentado por el progreso, el desarrollo y la industrialización.






(*)Decimos esto sin sumar las miles de toneladas diarias de basura que producen las industrias en todo el planeta. Sólo EEUU aporta casi el 40 por ciento de los gases (dióxido de carbono) que viene causando el llamado efecto invernadero.





martes, mayo 17, 2005

Sumimasen, gomenasi





Cada vez que ocurre un grave contratiempo que afecta el prestigio de una compañía pública o de una firma privada o de cualquier otra institución, sus altos funcionarios, desde el presidente hasta el último miembro del directorio, da la cara y ofrece en una conferencia de prensa las disculpas que amerita la desgracia.

Después del mea culpa, el presidente de la firma secundado por sus funcionarios de más confianza, agachan la cabeza e inclinan el cuerpo unos 60 grados -cuanto mayor el grado de inclinación, mejor- en una clara señal de disculpa. Si hay congoja y lágrimas en alguno de ellos
se asumirá como auténtico el dolor que embarga a la compañía.

Hacer pública una disculpa como individuo o como miembro de un grupo es algo común en la sociedad nipona. Tan común como tratar de resarcir esa falta por los medios que sea.

Después del accidente ferroviario de Amagasaki que costó la vida de 107 pasajeros de la línea Fukuchiyama, los altos directivos de la Compañía JR West ofrecieron sus disculpas durante una concurrida conferencia de prensa.

Tuvieron que asumir como propio el error de conducción del inexperto maquinista que provocó el accidente.


Incluso, durante los funerales de muchos pasajeros, el presidente de la empresa se presentó en la casa de cada una de las víctimas para dar el pésame, rezar por ellas, pedir disculpas y porsupuesto exponerse a las ofuscadas recriminaciones de las familias enlutadas por la desgracia.

Hace algunos años esas mismas disculpas se oyeron en boca de un ministro de salud al que se le responsabilizó de la adquisición de lotes de sangre contaminada con el virus del sida. Su oficina autorizó la importación sin el debido control sanitario.

Japón es el país del "sumimasen", del "gomenasai", de la disculpa, de la solicitud del perdón. Donde el grupo o el conglomerado asume su responsabilidad por la falta cometida por uno de sus miembros inferiores.

Admitir el error, la falta es el primer paso para su enmienda con la aspiración de que no se vuelva a repetir.

Aunque esa expresión de disculpa, de perdón, se han ido desgastando, todavía conserva en esta sociedad su vigencia ética y moral.

Cuesta imaginar los cientos y miles de disculpas que nos deben en nuestros países de origen los que administran, legislan y dirigen los destinos de nuestras naciones. Funcionarios públicos y privados, empresarios, comerciantes que operan y sobreviven dentro de un Estado acosado por la corrupción, el soborno, la inmoralidad, el tráfico de influencias y la impunidad.

Cuantas disculpas nos deben los desatinos y los desaciertos cometidos por nuestros ministros de economía como las mentiras y las promesas electorales de nuestros mandatarios que se olvidan de ellas cuando asumen el poder.¿Aprenderemos como sociedad a pedir disculpas algún día? ¿Aprenderemos a admitir y enmendar nuestros errores?






martes, abril 26, 2005

El Sol Naciente del Dragón







La posibilidad de un asiento permanente en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas y unos textos escolares ambiguos, donde los historiadores oficiales insisten en que Japón desplegó en Asia una guerra de liberación contra el colonizador Occidental, desató la violenta ola de protesta que hace pocos días sacudió las principales ciudades chinas.

Disturbios, ataques contra la embajada y consulados nipones, destrucción de negocios japoneses y hasta un boicot contra sus productos fue el saldo de un desencuentro que tensó una vez más las relaciones entre Tokio y Pekín.

Y es que sesenta y ocho años después de la "masacre de Nankin", China no olvida los desmanes del invasor. Sus tropelías. Y es que la incursión del Ejército Imperial en el continente chino durante la guerra sino-japonesa (1937-1945) fue brutal, sanguinaria. El saldo: 35 millones de muertos.

La masacre Nankin fue el episodio más terrible de esa guerra. Ocurrió en 1937 y se estima que en esas jornadas unos 300.000 soldados y civiles chinos murieron en manos del ejército japonés. Según testimonios, las víctimas fueron asesinadas en condiciones particularmente atroces, las mujeres violadas antes de ser ejecutadas, los hombres y los niños enterrados vivos o torturados. Después del saqueo, la ciudad fue incendiada.

En Nankin se erigió un museo del horror que impide a los chinos olvidar los crímenes de la soldadesca nipona.

Los violentos disturbios, el mutismo chino y su negativa de pedir disculpas a Tokio por los desmanes, habla a las claras de una nueva etapa en las relaciones entre ambos países. Mientras el Sol Naciente declina, el Dragón chino se sacude de su largo sueño y despierta.

Próxima a convertirse en una de las economías más dinámicas y prósperas del planeta, además de potencia militar, China ya le está quitando el sueño a Japón, le está provocando ansiedad a Europa y mucho insomnio a EEUU.

Si hace tres décadas era inaudible, China ahora levanta la voz, grita, exige, demanda. Si bien es cierto que Japón es su principal socio comercial, le disgusta su liderazgo. Detesta su influencia. Su postura. Lo que hace y hasta lo que omite.

Pekin lo quiere lejos de las decisiones y de las esferas de poder y demanda que su libros de historia cuenten la verdad. La verdad y nada más que la verdad. Nada de cuentos chinos.

Dentro de pocos años, China exigirá su lugar en la mesa del mundo. Ya lo dijo Napoleón hace casi doscientos años. Cuando el dragón chino despierte el mundo temblará.



martes, abril 05, 2005

Matrimonios y algo más






En 1989, el gobierno japonés modificó la ley de inmigraciones con el objeto de permitir que los descendientes de japoneses de ultramar, hijos (nisei) y nietos (sansei) pudieran establecerse y trabajar en Japón sin ningún tipo de restricciones.

Esa llave abrió las exclusas de la inmigración latinoamerica al Japón. Brasil, donde la colonia nipona bordea el millón de personas, y Perú, que supera las 100.000 personas, fueron los países que sufrieron la mayor sangría. Al cabo de dieciséis años la población nipo latina en Japón bordea las 320.000 personas.

La imperiosa necesidad de contar con una mano de obra barata y culturalmente afín sedujo a los que diseñaron esta ampolleta migratoria. Tenían en claro que por ser descendientes de japoneses no iban a causar conflictos sociales, étnicos ni religiosos. Tuvieron muy en cuenta la experiencia europea con los musulmanes y los africanos o la americana, con esos cientos y miles de latinoamericanos que cada día intentan cruzar el desierto que separa México de EEUU, y que al atravesarlo, no hacen sino aumentar las estadísticas de pobreza y marginalidad en las ciudades estadounidenses.

En todo caso, fue un flujo alternativo frente a las también necesarias migraciones de otros países del Sudeste asiático.

Con una economía en receso y con los números estancados, Japón ha trasladado ahora su producción a los países vecinos. Sobre todo a China, donde los costes de producción continúan siendo baratos.

Eso, sumado al incremento de la delincuencia, ha obligado a la oficina de inmigraciones ha adoptar medidas drásticas contra los indocumentados. Estableciendo penas y sanciones más rigurosas a los que los encubren o les dan empleo.

La única salida que tiene un ilegal para permanecer en Japón es casándose con un japonés. Sólo así tiene la posibilidad de poder regularizar su situación. De hecho, cientos de indocumentados han dejado las sombras de la clandestinidad al unir su sangre con la sangre de los nativos de estas islas.

Arturo, un peruano ilegal, ha sido uno de los últimos en pasar la dura prueba de demostrar a las autoridades que se caso con Miyako no por conveniencia o dinero, sino por amor. Los test y los interrogatorios, por separado, ha convertido a los oficiales de inmigraciones de Japón en cazadores de apariencias y mentiras.

Todas las preguntas son válidas incluso las que entran en el terreno privado.

Desde cómo vestía tu pareja cuando la conociste, pasando por fechas conmemorativas, el número de calzado, la talla de pantalón, los platos que más le gustan, el color preferido de ropa íntima o la marca de cigarrillos que fuma.

Basta que los datos de uno de los dos no coincida para acabar en el aeropuerto internacional de Narita esperando la salida del vuelo de la deportación.

Si la pareja tiene hijos, el panorama se facilita. No porque se ponga en duda la veracidad de su amor. Sino porque el fruto de ese amor es un niño destinado a engrosar mañana más tarde -todo depende de su inteligencia- la fila de esa mano de obra que tanto demanda un país como Japón que envejece con celeridad.

Si eres ilegal y consigues novia japonesa, no olvides de tomar apuntes hasta del número de lunares que adornan su cuerpo. De no saberlo, pones en riesgo tu sueño de emigrante.







sábado, marzo 19, 2005

1942 (*)











Mi abuelo, que se llamaba Kanekichi, estaba convencido de que Japón iba a ganar la guerra. Solía reunirse con sus paisanos en la trastienda, bajo la humeante luz de un lamparín de kerosene. Bebían cañazo, fumaban tabaco negro, chacchaban hojas de coca y tragaban porciones de arroz envueltas con algas deshidratadas que la abuela Tora compraba en el barrio chino. Entonces, mi abuelo y sus amigos, leían en El Comercio las últimas noticias de la guerra y desplegaban sobre la mesa del comedor un lastimado mapa mundial con el objeto de ubicar los lugares del fulminante avance del Ejército Imperial, que por aquellos días se desbordaba por todo el Sudeste asiático. Chocaban sus copas, brindaban a la salud del Emperador, entonaban desafinadas marchas militares que elogiaban el valor del soldado nipón durante la guerra ruso-japonesa, aprendidas quien sabe, cuando todavía eran niños o adolescentes.

Lo sé porque mi madre me lo contó. Ella tenía once años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Para mi madre, la guerra era algo que ponía contento al abuelo y a sus amigos. El mapa mundial abierto sobre la mesa sufría los dolores de esa algarabía. Estaba lleno de marcas de lápices; trazos ebrios que dibujaban nombres de lugares, fechas y reseñas de bombardeos, desembarcos y batallas.

Cada fin de semana, la pulpería del abuelo se animaba con esas presencias altivas y orgullosas. Más de uno de ellos se lamentaba de no estar con un fusil en el frente de batalla. Los que acudían a la trastienda del abuelo eran los amigos que conoció en el vapor, hijos de campesinos empobrecidos como él que se habían visto en la disyuntiva de emigrar por la crisis y la recesión económica de ese Japón emergente que por los años veinte pugnaba por un espacio en los mercados internacionales. Muchos de ellos tuvieron que vender o hipotecar sus tierras con la esperanza de recuperarlas trabajando en Sudamérica. Los amigos que acudían a la pulpería del abuelo eran hombres prósperos. Propietarios de restaurantes, peluquerías, florerías o relojerías.

Al cabo de quince años de vivir en Perú, con una esposa y cuatro hijos (tuvo siete) el abuelo Kanekichi, que había desempeñado diversos oficios, soñaba con volver después de que Japón infligiera una rotunda derrota a Estados Unidos y a sus aliados.

-Cuando acabe la guerra regresaremos a Japón y después, con toda la familia reunida,viajaremos a Singapur. Es un lugar con grandes oportunidades de negocios- solía decir el abuelo en la mesa familiar.

Cinco años antes de que se desencadenara la guerra, el abuelo había enviado de vuelta a las dos hermanas mayores de mi madre para que se educaran como auténticas japonesas.

Después de la batalla de Midway y Guadalcanal, las cosas se pusieron de veras muy feas para Japón. Una derrota siguió a la otra y así sucesivamente. Perú se alió a los Estados Unidos y el hecho de que dos o más japoneses se reunieran equivalía a un posible complot amarillo. Por precaución, el abuelo quemó el mapa mundial y los fines de semana el lamparín de kerosene dejó de encenderse. En los periódicos, Japón seguía perdiendo la guerra.

El abuelo sintió mucho temor de que pudieran repetirse los saqueos en Lima de los negocios japoneses del año 1940 y le angustiaba el hecho de ser el próximo deportado a los campos de concentración de Estados Unidos. Dos de los amigos que acudían a la trastienda habían sido detenidos y no se sabía nada de ellos. El abuelo tuvo que sobornar a la policía para que no se metieran con él. En las noches no pegaba el ojo por miedo a que los vándalos asaltaran su propiedad. Incluso, antes de las confiscaciones logró, por un influyente amigo peruano, retirar del banco veinte años de ahorros. Esa fortuna la entregó a un vecino de su absoluta confianza que luego desapareció con todo el dinero.

El abuelo murió en 1958, a los 69 años de edad, sin conocer Singapur. Lo enterraron en Ñaña, a las afuera de Lima, al pie de un cerro pelado y pedregoso. En los años sesenta, mi abuela Tora viajó a Japón poco antes de las Olimpiadas de Tokio. Fukushima, su aldea, era una ciudad próspera y totalmente desdibujada en sus recuerdos. El Tren Bala corría por primera vez por el esqueleto renaciente del país. Todo era muy rápido. No se habituó la abuela Tora. El reencuentro con sus hijas mayores estuvo atiborrado de silenciosos reproches. Quizá, por eso, la abuela volvió a Perú, al jardincito que cuidaba con esmero más allá de la trastienda, en un patio abierto desde el cual se podía divisar a lo lejos, el cerro y el cementerio donde dormía para siempre el abuelo Kanekichi.

En los años noventa emigré a Japón y pude conocer a Chie Ito, la hermana mayor de mi madre muerta. Era una anciana frágil de rostro endurecido. Del español solo recordaba la palabra "chirimoya". Sólo recordaba un pasaje triste y doloroso que se le quedó grabado en el alma.

-El barco levantó anclas y cuando se empezó a alejar del puerto, (El Callao) vi a tu mamá correr por el muelle con los ojos lleno de lágrimas. Recuerdo como batía su manita. La tía Ito Chie se puso a llorar y yo también.





(*) Una crónica familiar del autor.

martes, marzo 15, 2005

Crónica de una muerte anunciada





A veces la televisión nipona te sorprende con reportajes inauditos. De esos que tocan fibra. Que te estremecen. Que te arrancan las lágrimas con facilidad.

Supongamos que tienes 38 años de edad. Un empleo de esos que te permite rentar un apartamento en Hawai frente al mar, mantener un coche importado y una esposa maravillosa además de educar a cuatro hijos estupendos a los que les enseñas a correr olas los fines de semana. Allá, en la meca de las olas.

Sin embargo, un día vas al médico por un simple resfrío y sales del hospital con un diagnóstico fulminante: cáncer terminal. Un cáncer que se te metió por el estómago.

Lo siento, no te queda ni un año de vida, advierte el médico.

De eso versó el documental televisivo: la crónica de una muerte anunciada.

El conmovedor documental dura dos horas.Takeshi -por darle un nombre al protagonista- nos cuenta como era su vida antes de que se le manifestara la enfermedad. Fotos y vídeos nos muestran a un mozalbete de piel morena por el sol y una musculatura forjada por las olas. Nos cuenta que por las olas huye de Japón y recula en Hawai. Y allí, entre la playa, el mar, los amigos y los atardeceres, conoce a Akemi, otra apasionada de las olas.

No pasa mucho tiempo. Se casan en el mar de frac y vestido de novia blanco sobre una tabla hawiana.

Y así el documental va alternando pasado y presente. Background le llaman. Pasamos de los vómitos de sangre, las hemorragias, las idas y venidas al hospital, al ayer idílico, al ayer de dos padres primerizos que esperan como un milagro la llegada al hogar del primer hijo.

A sabiendas de que va a morir, Takeshi escribe un libro. A sabiendas de que va a morir, acepta ser grabado hasta el día en que ha de ser incinerado y sus cenizas arrojadas al océano.

A medida de que se va acercando el final, Takeshi nos confiesa sus esperanzas y temores, nos habla de los sueños que pudo realizar y de los sueños que quedarán inconclusos. La cámara lo muestra escribiendo sus memorias en un ordenador. La cámara muestra a Akemi llevando la cruz de ese calvario.

Los que diseñaron el documental no dejaron ni una abertura. Todo está registrado y editado. El miedo, la alegría, las angustias, el llanto y la esperanza.Takeshi y Akemi tienen cuatro hijos: una adolescente de trece años, un chico de once, otro de nueve y el más pequeño de cuatro años.

Mientras el deterioro físico de Takeshi se hace evidente cada día, ellos van preparando a sus vástagos de una manera simple y sin dramatismo -como deben decirse las cosas- que la separación es inminente y que la muerte no es un atropello contra la vida sino su natural y último renglón. Se ven secuencias de Takeshi con sus hijos en la orilla del mar. Corriendo olas. Incluso, en una secuencia, se observa a Takeshi en la playa con una enorme cicatriz en el abdomen. Una cirugía que no pudo detener el implacable avance de su mal.

En la media hora que resta del especial, se le ve a Takeshi en Japón. Ni los últimos avances tecnológicos pueden siquiera retrasar el desenlace. Y retorna a Hawai.

Todo, absolutamente es real. Los mocos, las lágrimas, la risa y el milagro de creer en la esperanza.

La agonía de Takeshi después de todo resultó bella, hermosa. Llevó su cruz con valor y dignidad. Con una sonrisa. Ha querido que sus hijos lo recuerden así. Sin llantos ni maldiciones en la boca.

Por último, un viaje de visita final a los amigos. Reuniones aquí y allá con los más íntimos en céntricos restaurantes. No pueden evitar el llanto. El amigo se les muere y no lo pueden evitar.

La madre de Takeshi ha llegado de Japón y le besa. Takeshi no le puede retribuir el beso. Yace en el ataúd rodeado de flores. Los familiares, los amigos cercanos rezan y lloran de cara al cajón. Los hijos de Takeshi depositan más flores. Papá no está muerto. Parece dormido, parecen decir.

En un yate, frente a la costa, la madre y la esposa arrojan las cenizas al mismo mar que Takeshi tanto amo. No contento con fondear sus cenizas en el agua, los camarógrafos acompañan a la viuda hasta el apartamento, hasta la cama vacía del difunto aún tibia de recuerdos. Y allí la sientan.

Probablemente, los réditos del libro y del documental televisivo permitirán que la viuda y los hijos de Takeshi puedan vivir cómodamente por algún tiempo. Quien sabe, puede que tengan asegurado los estudios en una universidad. En esta época no solo puedes vender tu alma sino también tu muerte.




miércoles, marzo 09, 2005

De damas y caballeros





Una cámara escondida en el vestíbulo mostró a un hombre japonés incapaz de manifestar sus sentimientos ni siquiera en la intimidad del hogar. Eran escenas matutinas, cuando el marido, después de desayunar, se despide de su consorte y se dirige a la oficina o hacia la fábrica.

En Occidente, despedirse de la esposa con un beso es habitual. En Japón no. No es costumbre. El programa televisivo puso en evidencia que los varones japoneses no se han occidentalizado en ese aspecto. Ese tipo de contacto físico lo reservan a las profundidades de la alcoba.

De las veintitantas parejas grabadas sin que él (ellos) lo supieran, sólo una se tributó gestos de cariño y de afecto físico. Se trataba de una pareja de ancianos. Ante la romántica solicitud de la mujer de toda su vida, el viejito sonrió. Volvió sobre sus pasos y le dio un piquito a su compañera.

El programa sólo pretendió divertirse con la reacción masculina: sorpresa, malestar y hasta vergüenza ante una esposa que cerraba los ojos y esperaba, como en las películas de Hollywood, que el marido juntara sus labios a los suyos.

Aunque la sociedad japonesa está cambiando, el hombre, en este terreno, no da marcha atrás. Se mantiene muy apegado a sus hábitos, prejuicios y a su rol social. La mujer, en cambio, se muestra más abierta a estos requerimientos de cariño y ternura.

Sonata de Invierno es una telenovela surcoreana que en el 2004 estremeció Japón. Propició una suerte de locura de amor en el país. Su protagonista se convirtió en un fenómeno mediático. Diarios, revistas, programas radiales y televisivos aventuraron opiniones y ensayaron artículos tratando de explicar el por qué las japonesas habían perdido el juicio por este actor de una ternura casi femenina.

De hecho, el protagonista, Yon Sama, cuyo verdadero nombre es Bae Yong Joon, se robó el corazón de la japonesa madura, otoñal para mostrar de paso a la nueva generación de adolescentes niponas que existe un tipo de hombre con el cual se puede mantener una relación más igualitaria y homogénea,.

Sin duda, en la actualidad, las jóvenes están procurando el "jun-ai" o amor puro. Un amor absolutamente platónico, donde el amor -y no el sexo- sea el fruto apetecible de dos que se aman con pasión y locura.

Las jóvenes, sobre todo, desean que esa relación esté dificultada por múltiples obstáculos para hacerla más romántica, a la manera de Romeo y Julieta. Y si este amor puro se inicia en la adolescencia y se mantiene con el paso del tiempo, tanto mejor. Las muchachas están convencidas de que el primer amor, llamado "hatsukoi", es el más sublime, y si en la relación, ocurre la desgracia de que uno de los dos muera, el amor cobra sólo entonces una dimensión casi pura, divina.

En fin, todo esto está muy bien. Sólo falta que varón, el macho japonés, aporte lo suyo y sintonice con su tiempo.





sábado, febrero 26, 2005

Tierra, asfalto y remesas






E
n Japón, como en todos lados, las ciudades están devorando las áreas rurales. El cemento y el asfalto impone su tiranía sobre las áreas de cultivo. Cuando uno viaja en el tren Bala (Shinkansen) de Tokio a Nagoya, hay en esos 300 kilómetros que los separa más paisaje urbano que bucólico. Más casas que cultivos. Eso quiere decir que mientras la población de empleados y de obreros crece, disminuye el número de campesinos que aran la tierra. Aunque el proceso de siembra, riego y cosecha se ha mecanizado, se ha automatizado, las faenas del campo exigen su cuota de sudor, de fatigas al intemperie y de tierra en la uñas.


Quizá, por esa razón, el neón y el vértigo de las grandes metrópolis atrae a ávidos jóvenes que buscan oportunidades de estudio y de trabajo en Tokio, Osaka, Nagoya o en otras grandes ciudades. Los pueblos, las aldeas se deshabitan y para contrarrestar ese flujo alguna áreas rurales de Japón "importan" novias filipinas o tailandesas con el fin de evitar que aquellos villorrios se despueblen.

Lo curioso es que en Japón hay más mujeres que hombres. En el 2004 un informe poblacional indicaba que habían 65.392.000 mujeres frente a 62.295.000 hombres. Más de tres millones de mujeres. Sesenta años después de la Segunda Guerra Mundial, Japón aún no logra equiparar esas cifras que la conflagración sustrajo.

Todo esto, sumado a la escasez de tierras de labranzas, una geografía insular accidentada, un clima marcado por el rigor de las estaciones, obliga a este pueblo de 127 millones de habitantes, importar el 40 por ciento de alimentos frescos que consume. Por eso, vender alimentos a Japón es un gran negocio. En América Latina, México, Brasil y Chile son sus principales abastecedores. En cualquier lado ya se puede encontrar pollos congelados de Brasil, vinos de Chile, aguacates de México y otra respetable cantidad de productos latinoamericanos.

Al respecto, la comunidad latina en Japón -conformada por unas 75.000 personas- está muy bien abastecida con productos de sus países. Existen regados por el archipiélago más de un centenar de pequeños negocios, entre tiendas de abarrotes, restaurantes, bares, salsódromos, empresas vinculadas con la importación y exportación, en pequeña escala, de todo tipo de mercaderías, desde ropa, libros, revistas, hasta cervezas, conservas, especias y otros productos elaborados en la otra orilla de la cuenca del Pacífico.

De hecho, los peruanos nikkeis (descendientes de japoneses) constituyen el grueso de los hispano parlantes que residen y trabajan en este archipiélago. Sin embargo, en número son desbordados por los nikkeis brasileños que suman un poco más de 300.000 personas.

Se trata de un valioso recurso humano que envía dinero, mucho dinero a su país. Dinero que permite sostener a su distante familia. De hecho, las remesas de los latinoamericanos se convirtieron en la más importante fuente de capital extranjero para la región. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, en el 2003 los latinoamericanos que laboran en EEUU, Europa y Japón, remitieron a sus países más de 38 mil millones de dólares. Ese monto fue mayor al total de la inversión extranjera directa más la ayuda oficial al desarrollo que recibieron los países latinoamericanos ese mismo año.

Mientras los rascacielos se multiplican y nos roban la luz del sol, hay cada vez menos espacio para arar la tierra pero cada vez más macetas en nuestras ventanas.





sábado, febrero 19, 2005

Un juicio








U
na vez asistí a un juicio. El acusado era un peruano de origen japonés de unos treintaidos o treintaitres años de edad. Formaba parte de una banda integrada por un par de brasileños y varios colombianos. Asaltaban camiones de caudales a la luz del día, justo cuando los guardias de seguridad retiraban, dentro de unas bolsas de lona, el dinero de los supermercados o de los cajeros automáticos.


El atraco era una simple emboscada. Nada de armas de fuego o navajas. El peruano, por ser el más alto y fornido de la partida -medía más de un metro ochentaicinco de estatura- iba adelante con un bate de béisbol de aluminio.

La fiscal, una abogado joven e inflexible, mostró al juez el arma del delito: el bate de béisbol. El juez examinó el implemento deportivo, comprobó su dureza y se lo devolvió. Se colocó las gafas y le dijo a la fiscal que prosiguiera. De vez en cuando, el abogado defensor intervenía aclarando las respuestas de su defendido cuando el juez le interrogaba.

Después de enumerar la fecha de los atracos, el monto de lo robado, la fiscal leyó el informe del médico legista que detallaba las lesiones físicas sufridas por los guardias de los camiones de caudales: traumatismo encéfalo craneano, costillas rotas y otros daños óseos que demandaban entre uno y tres meses de reposo y otro tanto de rehabilitación.

Antes de ser capturada, la banda había asaltado camiones de caudales en las prefecturas de Kanagawa, Saitama, Chiba y también en Tokio. El bate del béisbol del peruano había hecho célebre a esta banda. Su captura, que ocurrió al cabo de un año de pesquisas, fue un verdadero dolor de cabeza para la policía local.

Las sala de los tribunales se parecen. Un estrado elevado donde se sienta el juez principal secundado por otros dos magistrados. Un poco más abajo, el secretario que transcribe todo lo que se dice durante el proceso. Por ser extranjero había un traductor de español contratado. Y uno, frente al otro, el fiscal y el abogado defensor. Más allá, las butacas de la sala permanecían vacías, salvo las que ocupábamos nosotros, unos estudiantes de derecho y un par de desconocidos.

Cinco minutos antes del juicio, el acusado entró flanqueado por dos policías. Iba esposado y atado con una cuerda que le pasaba por la cintura. Es humillante ver un hombre privado de su libertad de esa manera. Luego, lo desataron y le retiraron las esposas de acero.

Cuando apareció el juez nos pusimos de pie.

Recuerdo que el peruano ingresó a la sala con cierta altivez. Pero se desmoronó cuando distinguió entre el público a una mujer inesperada. Durante la hora y pico que duró el juicio, la mujer no le quitó la mirada. Lloraba sin emitir un quejido. Era su madre.

El peruano fue condenado a veinte años de cárcel con trabajo forzado.









sábado, febrero 12, 2005

Objetos perdidos






Si olvidas tu paraguas en el tren y vas a la oficina de objetos perdidos de la compañía ferroviaria Japan Rail, JR, es muy probable que ubiques el tuyo entre los varios cientos y miles de paraguas que los empleados recuperan de los vagones después de los días de lluvia.

Paraguas, maletines, carteras, relojes, libros, prendedores, teléfonos portátiles, abrigos, suéter, bufandas, ordenadores, en fin, todo lo que uno pueda dejar olvidado, puede recuperarse -con un poco de suerte- en la sección de cosas olvidadas.

Y es que todavía persiste en Japón la buena costumbre de devolver lo ajeno.

Una vez olvidamos en un taxi un gorro de béisbol que ese día habíamos adquirido para nuestro hijo menor. Llamamos a la compañía de taxi que nos brindó el servicio. Nos preguntaron la estación y la hora aproximada en que lo abordamos. Cuarentaicinco minutos después, el chófer tocaba el timbre de nuestra casa.

-Siento la demora, pero no daba con la dirección. Sabía que los había dejado por este distrito pero no recordaba la calle exacta, se excusó el chófer al devolvernos el gorro.

No una sino muchas veces he dejado olvidado en la tienda lo que minutos antes había comprado. La primera vez lo dí por perdido porque me había dado cuenta de su falta dos días después, al comprobar que no estaban por ningún lado las dos camisas que figuraban en el recibo.

Un amigo japonés insistió en que volviera a Ito Yokado, así se llama ese gran almacén.

-Si allí lo has dejado olvidado, entonces, allí debe estar -me animó.

Me derivaron a la sección de objetos perdidos y dicho y hecho, allí estaban mis dos camisas en su paquete. Mostré el recibo y volví a casa con ellas. Aliviado y felíz.

En Japón todavía existen personas que no se quedan con lo que no es suyo.

El pasado, 29 de enero, un adolescente que mataperreaba cerca de un canal de irrigación en la ciudad de Hasuda, en Saitama, encontró en sus aguas varios cientos de billetes de diez mil yenes. Cada billete equivale a un poco menos de cien dólares. El chico informó del hecho a la policía. La policía recogió el dinero que estaba en buen estado y lo contó: quince millones de yenes, unos 142,000 dólares americanos.

Hace seis años, un compatriota encontró tirado en las calles de Hiroo, Tokio, un reloj Chanell de oro, de mujer, de 18 quilates y con toda la pinta de ser de colección. Ese modelo de Chanell estaba valorizado en Ginza en más de 10,000 dólares americanos. Finalmente, lo entregó a la policía. Al cabo de un año, como nadie lo reclamó, el amigo peruano pasó a ser su nuevo propietario.

De acuerdo con la ley, si dentro de un año nadie lo reclama, el chico que encontró el dinero también se embolsara esos 142,000 dólares. Con eso le basta y le sobra como para que pueda pagar sus estudios en la universidad privada más cara de Japón.

Bueno, pues: ¿Quién dice que no vale la pena ser honrado?




sábado, febrero 05, 2005

Mi querido viejo









Japón envejece. Y muy rápido. En el 2020, cada dos trabajadores tendrán que sostener a un jubilado. La proporción actual es de cinco a uno.

Un instituto local de investigación no bromea cuando afirma que la industria de las dentaduras postizas sobrepasará pronto a la del automóvil.


La población de Japón bordea los 128 millones de personas y los mayores de 64 años constituyen el 18,5 por ciento de la población. Hay más ancianos que niños o adolescentes, grupo que representa el 14,2 por ciento de la población.

En algunos distritos de Tokio, las escuelas cierran por falta de niños.

Mientras que el mercado infantil de consumo se achica, el de ancianos crece, se expande. Existe una industria que está floreciendo alrededor de ellos. Una industria que le fabrica hasta lo que no necesita. Desde pañales desechables, ropa sin botones, zapatos sin pasadores, baberos que no se ensucian, camas articuladas con temperatura, andadores, sillas de ruedas aerodinámicas, toilettes portátiles, vitaminas, ungüentos y otras pócimas que prometen devolverle sino la lozanía al menos la salud.

Ahora todo se hace pensando en el anciano. Los arquitectos diseñan viviendas sin desniveles para evitar que los descalcificados abuelitos tropiecen y se fracturen la cadera. O diseñan baños con agarraderas que impidan que se rompan la crisma.

Las empresas ferrocarrileras están pagando la deuda que tenían con sus ancianos usuarios. Están habilitando ascensores en todas las estaciones del archipiélago. Las escaleras eléctricas no aliviaron el problema, añadieron el riesgo de resbaladas y fatales tropiezos. Y por supuesto, de demandas.

Como se trata de un mercado consumidor en franco crecimiento, y con mucho dinero en el banco o bajo el "futón", las empresas de seguros han enfilado sus baterías hacia sus necesidades. Les ofrecen los más rentables planes de jubilación y de seguros. El paraíso en la tierra antes de ser cremados.

En eso, de buscar el paraíso en la tierra, se le adelantaron las agencias de viajes que cuentan en los jubilados su principal clientela.

Hasta el Gobierno está diseñando un programa que alentará la inmigración de enfermeras calificadas del Sudeste Asiático que se dedicarán a la atención de ancianos y de discapacitados.

Con un Congreso poblado de sexagenarios, los padres de la patria nipona toman las medidas ahora para resguardar esa vejez que se le refleja cada mañana en los espejos.

En fin, que no sorprenda a nadie si pronto los grandes almacenes o supermercados nipones habiliten un espacio para dejar a los abuelitos tal como ahora se deja a los niños. Con payasito y enfermera incluido.







sábado, enero 29, 2005

En el país








En el país que tiene un ingreso per cápita anual de 38.000 dólares, uno de los más altos del mundo, hay todavía gente humilde que lustra zapatos en la vía pública por 1000 yenes (diez dólares). No son niños de la calle como en nuestros países, sino mujeres de avanzada edad. Ancianas arqueadas por el peso y el paso del tiempo. Abuelas que quedaron al margen de los sistemas de pensiones y de los frutos de la seguridad social. Que sudaron el país de la post guerra pero que no alcanzaron sus dádivas. Visten a la antigua ropa holgada, de color gris o de tonalidades otoñales. Se envuelven los cabellos con un pañolón blanco. Un mandil les protege el regazo del betún con el que embadurnan el zapato del cliente. No son muchas, pero se les puede ver a la salida de las estaciones de tren de Shibuya, Shinjuku o Ikebukuro. Sacando lustre a la punta de los zapatos de uno de esos empleados públicos que gana 38,000 dólares al año.


En el país que proyecta viajes siderales y bases en la Luna antes del año 2025, y que construye distritos y aeropuertos sobre islas artificiales, todavía hay gente que duerme en la vía pública o entre los arbustos de los parques. Se guarnecen del rigor del invierno o del calor tropical de los veranos, dentro de improvisados cubículos hechos de cartón y plástico. A esta gente se le llama homeless, los sin hogar. En el parque de Ueno, donde está el zoológico, el teatro de ópera y el museo de arte, vive el grueso de los sin hogar de Tokio. Entre un árbol y otro, se puede ver cuerdas de ropa tendida al sol y al viento. Unos tacos de madera incrustados en el meridiano de las bancas de los parques evita que los homeless tomen la siesta. Mientras en el zoológico de Ueno los leones devoran varios kilos de carne de res y al gorila no le falta su racimo de bananos, afuera, en los márgenes, los sin hogar fuman los restos de las colillas que la gente echa a la vía pública o buscan alguna moneda olvidada en una de esas máquinas que expenden coca colas o tabaco.

En el país que fabrica robots casi humanos capaces de hablar, ver, subir escaleras, dar la mano y correr, pasan todavía estas cosas.





sábado, enero 22, 2005

El doctor Pesce






Se ha estrenado en Japón, Diario de motocicletas, un film basado en los apuntes de viaje que hizo por Sudamérica Ernesto Che Guevara cuando ni siquiera sospechaba que se iba a convertir en el ícono de la revolución cubana y en el héroe de las causas populares.

Ernesto Guevara de la Serna tenía 23 años de edad y estudiaba medicina cuando emprendió ese viaje de iniciación con su amigo Alberto Granados, en una vetusta motocicleta Norton 500 cc del año 1939 que sucumbiría antes de llegar al desierto de Atacama, en Chile.

Ese periplo cambió la vida, el oficio y el rumbo de este argentino que trocó el bisturí por el rifle y el quirófano por los campos de batalla. Y rifle en mano hallaría la muerte quince años después en un paraje mezquino de Bolivia.

El mexicano Gael García adopta el personaje del Che con sobriedad y carisma pero no alcanza la estatura ni el peso de una figura emblemática que mereció algo más que una cara bonita.

Aunque el primer impacto de esa realidad latinoamericana la sufre en Chile, con los sombríos mineros de los socavones, es en el Perú donde el Che sufriría esa metamorfosis ideológica. La altura de Macchu Picchu le da la visión de un continente único, de la Patagonia hasta México pero también le revela un continente de injusticias y de arbitrariedades; el leprosorio de San Pablo, en cambio, la marginación de un continente que se segrega y se auto discrimina, y Lima le presentaría al responsable que le torcería el destino. El médico Hugo Pesce.

En la película, Hugo Pesce -interpretado por el actor Gustavo Bueno- es quien le aloja en su casa y le dispensa el trato de un hijo. Es Pesce quien le entrega, entre otros libros, uno fundamental: Los siete ensayos de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui, libro de cabecera de revolucionarios y de revoluciones latinoamericanas del siglo pasado.

Pesce y Mariátegui fundaron, en los años Treinta, el Partido Comunista peruano.

Hugo Pesce, sin embargo, no pasó a la historia como lo haría su amigo Mariátegui, hombre de ideas y de debates, vinculado a la prensa , a los medios, que le permitió publicar y difundir su pensamiento de tinte marxista a un vasto público.

Diario de Motocicletas rescató del olvido a Alberto Granados, compañero de viaje del Che, sirvió también para recordar al doctor Hugo Pesce.

A continuación, un perfil biográfico del doctor Hugo Pesce escrito por uno de sus aplicados discípulos, el doctor Hugo Neyra Ramírez. Sirva para conocer la altura de este ilustre peruano.

El distinguido médico, filósofo y humanista Dr. Hugo Pesce, nació en Tarma el 17 de junio de 1900, en el hogar que formaron el Dr. Luis Pesce Maineri, ilustre médico italiano que trabajó en Perú hasta su muerte y la señora Lía Pescetto, también de nacionalidad italiana.

Pasó los primeros años de su vida en su ciudad natal, de la que guardó un recuerdo inolvidable. En 1906 viajó a Italia con sus padres y se estableció en Génova, donde continuó sus estudios en el Colegio de los Padres Jesuitas. En 1917 ingresó a la Facultad de Medicina de Génova en la que se graduó como médico-cirujano el 29 de diciembre de 1923 con la tesis Operación del Cáncer de la Mama, que mereció el calificativo de sobresaliente.

Durante su estadía en Italia, a la par que fue un alumno brillante de la Facultad de Medicina, participó en las inquietudes políticas y sociales de la juventud italiana, adheriéndose al Partido Popular y asistiendo muy de cerca a los acontecimientos que instauraron el fascismo en la península.

También sirvió en la Sanidad Militar durante la última fase de la participación italiana en la Primera Guerra Mundial.

En 1923 regresó al país e inició su labor profesional en la Clínica de Salud que el Dr. Luis Pesce había establecido en Chosica. Fue allí donde comenzó a aplicar sus conocimientos, sobre todo en Radiología y Radioterapia, especialidad de su predilección, y donde trabó amistad imperecedera con José Carlos Mariátegui, con quien fundó el Partido Comunista Peruano.

Poco tiempo después ganó un concurso internacional sobre problemas gremiales médicos que promovió la revista argentina Actualidades Médicas, perfilándose ya el futuro luchador y gre-mialista.

Se inició en las labores de investigación y docencia médica en 1927 participando en la Expedición Científica a Morococha organizada por el Dr. Carlos Monge, expedición que tuvo como objetivo estudiar los efectos de la altura en el organismo humano.

En 1929 fue Jefe de Trabajos Prácticos de Cronaxia en el Cursillo de Fisiología del Sistema Nervioso dictado por el profesor Laugier en la cátedra de Fisiología de la Facultad de Ciencias de San Marcos, que dirigía ese año el Dr. Alfredo Leví Rendón.

Sus amplias inquietudes de sanitarista nato lo llevaron en 1931 a trabajar como médico de la Colonia de Satipo, donde tomó su primer contacto con la Medicina Tropical. Fruto de su permanencia en esa Colonia fue su trabajo Geografía Sanitaria de la Región del Satipo.

En 1933 fue nombrado Comisionado Sanitario en la Provincia de Andahuaylas, a la que dedicó lo mejor de su vida: en 1937 fue nombrado Médico Sanitario de Andahuaylas, año en que fundó el Servicio Antileproso de Apurímac, desempeñando su jefatura hasta 1944, cuando regresó a Lima para ocupar la jefatura del entonces Servicio Nacional de Lepra, del que fue fundador.

En Andahuaylas nació lo mejor de su contribución a la salud pública del país; allí se inició su inquietud por el estudio del Mal de Hansen, enfermedad que entonces no tenía abanderado. En 1937 describió en Andahuaylas nuestro primer caso de lepra tuberculoide, el que había sido precedido por el hallazgo de la lepra en esa provincia y su importancia epidemiológica.

Desde la jefatura del Servicio Nacional de Lepra y luego del Departamento de Lepra, posición en que le conocimos en 1947, realizó la gigantesca labor de ordenar nuestros conocimientos sobre esta enfermedad al reconstruir paso a paso la historia de nuestra endemia leprosa y de organizar en escala nacional un verdadero programa de lucha contra esta enfermedad bíblica.

Gracias a la minucia que caracterizó siempre su trabajo y con su método epidemiológico de «los leprosos referidos» señaló que la endemia leprosa en la Amazonía se había iniciado en nuestro país en los albores de este siglo por la importación brasilera; que la de Apurímac reconocía dos orígenes: de la selva, remontando el río Apurímac, y de la costa; y que los primeros casos aparecieron en la década del 20; que la lepra de la costa era de la época de la conquista, foco que se ha ido extinguiendo progresi-vamente quizás con el avance de la tuberculosis; y, finalmente, que la lepra del departamento de Amazonas era de procedencia ecuatoriana.

Estos estudios señalados tan brevemente, fueron el fruto de largos años de trabajo y de vigilia que brindó al conocimiento de esta enfermedad y fueron concretados en su tesis doctoral de 1961 sobre La Epidemiología de la Lepra en el Perú.

La labor del profesor Pesce en el campo leprológico se extendió mucho más allá. Organizó el Departamento de Lepra y con carácter de programa vertical tuvo a su cargo la lucha anti-leprosa en el país en base a estadísticas rigurosas llevadas directamente bajo su control en la sección de Epidemiología del Departamento. Con la base del conocimiento epidemiológico y del establecimiento de la prevalencia regional de la endemia, la lucha antileprosa organizada por Pesce tenía como base el aislamiento obligatorio de los casos contagiosos, el seguimiento en los Centros Antileprosos Zonales y el despistaje precoz en los dispensarios dependientes de los centros. Remozó el viejo Asilo de San Pablo para los leprosos de nororiente; fundó y organizó el Sanatorio de Huambo en Apurímac, y prodigó sus desvelos al Sanatorio de Guía que funcionaba en el viejo hospital del mismo nombre, para infectocontagiosos. Aquí en Guía organizó además el Laboratorio Central de Lepra y la Biblioteca especializada con un fichero bibliográfico que solamente tenía parangón con el que funciona en la Biblioteca del Servicio de Lepra de Sao Paulo en Brasil.

No solamente desde el ministerio de Salud y en el curso de sus visitas a las zonas leprógenas efectuó su labor sanitaria Hugo Pesce. En el Congreso Panamericano de Leprología de Río de Janeiro (1946) contribuyó decididamente a establecer la Clasificación Sudamericana de Lepra. Esta clasificación que destierra definitivamente los viejos conceptos de clasificación y que considera dos tipos polares: el lepromatoso y el tuberculoide, y una forma intermedia, la incaracterística o indiferenciada, fue sancionada como Clasificación Mundial de la Lepra en el Congreso de Madrid de 1953 y ella fue fruto de la Escuela Sudamericana encabezada por Nelson de Souza Campos de Brasil; J.M.M. Fernández de Argentina; y, Hugo Pesce de Perú.

En 1947, cuando lo conocimos, nació nuestra observación directa de la labor universitaria del profesor Pesce. En el año 1945 ingresó como profesor auxiliar contratado a la cátedra de Clínica de las Enfermedades Infecciosas, Tropicales y Parasi-tarias que regentaba el profesor Oswaldo Hercelles. De 1945 a 1954 fue profesor auxiliar nombrado; catedrático asociado desde 1954 hasta setiembre de 1961; asociado encargado de la cátedra de 1961 a 1962 y, finalmente en junio de ese año, ganó por concurso, su ascenso a profesor principal hasta su retiro de la docencia algún tiempo antes de su fallecimiento.

Dentro de su carrera docente se debe mencionar su calidad de miembro de diferentes comisiones de la Facultad de Medicina, entre las que destaca la Junta Transitoria de 1961, en la que fue uno de los elementos más importantes al contribuir decisivamente en la reconstrucción de la Facultad de Medicina después de los lamentables acontecimientos de ese año.
La Facultad de Medicina y la Universidad toda, tienen una deuda con el profesor Pesce. Éste es un homenaje que le tributamos en agradecimiento a su titánica labor en esos días, en esas noches, y en todo momento, a favor del resurgimiento de San Fernando.

Además de su tesis, el profesor Pesce fue autor de siete libros de observación original o de carácter expositivo, dentro de los que destaca Latitudes de Silencio publicado en 1947, con sus capítulos tan hermosos como: «En pos del tifus», «Dos Hombres y la Malaria», «Una vez al indio Ccorihuamán le abrieron el Vientre», «Tiene usted razón», «Galgas», y «Nota Epicrítica».

Asimismo, el libro Los selvícolas en el Perú y su mapa de distribución actual (1956), obra de consulta obligada para todo estudioso de nuestra Selva.

Publicó además 50 trabajos de medicina tropical en revistas nacionales y extranjeras; hay 45 trabajos médicos o de cultura general inéditos, entre ellos el último Estudio sobre las Reli-giones. Dirigió unas 30 tesis de Bachiller en Medicina sobre diferentes puntos de la medicina tropical.

La erudición del Dr. Pesce llegaba al terreno lingüístico, tan útil en la carrera universitaria. Dominaba nueve idiomas, incluyendo dialectos italianos. Alguna vez lo oímos conversar y discutir animadamente con genoveses y napolitanos en el dialecto propio de esas regiones de Italia. Conocía también el sánscrito.

En los últimos años de su vida, ya retirado de la docencia y del ministerio de Salud, el profesor Pesce continuó su trabajo intelectual elaborando numerosos ensayos de carácter filosófico y participando activamente en la vida gremial de la profesión médica.

El trágico fallecimiento de su hijo recién titulado médico, Dr. Luis Pesce Schereier en enero de 1966, constituyó un rudo golpe para el profesor y maestro, golpe del que ya no pudo sobreponerse jamás y que, indudablemente aceleró su fin; pues el 26 de julio de 1969 falleció en Lima, dejando a su viuda la señora Zdenka de Pesce y a su hijo el arquitecto Tito Pesce Schereier, así como a los discípulos y amigos que admiraban y trataban de emular la obra de este verdadero maestro de maestros y cuya síntesis biográfica hemos tratado de esbozar, pues comprendemos que dejamos de lado numerosos aspectos de su vida tan fecunda.


sábado, enero 15, 2005

De espadas y cuchillos





Si en EEUU impera la ley del revólver, en Japón reina su majestad el cuchillo. No hay delito de sangre que no involucre al escalofriante filo del acero.

Está siempre presente en delitos de menor y mayor cuantía.

Es un cuchillo de cocina el que porta el ladronzuelo de gafas oscuras y gorro de béisbol que desvalija la caja registradora de un "kombinis" (mini market) y es un cuchillo o una navaja lo que aparece en cualquier venganza, en cualquier odio, o en cualquier reyerta de bar o de esquina.

En los crimenes pasionales, es fácil rastrear a la víctima y al verdugo por el rastro de sangre que deja el cuchillo; del asesino que huye o del moribundo que agoniza.

Si en las series de televisión y en las películas estadounidense se da protagonismo a los tiroteos, en Japón se le da a las estocadas, a las puñaladas o a los cruce de espadas. Del ninja que se esfuma con el humo de la pólvera que detona justo cuando va a ser capturado o del samurai que, con los ojos cerrados, deguella a esa docena de enemigos que lo cercan.

Aunque el uso de la espada fue prohibida hace más de 150 años, con las reformas del emperador Meiji, que despojó al samurai de sus goyerías y privilegios, el espectro de la espada permanece sin embargo en el inconsciente colectivo.

En cierta oportunidad, en Nagoya, fui testigo de un conflicto hogareño que involucró al noble cuchillo con el que se pica la cebolla y se pelan las papas.

Vivía a la espalda de un tintorería, cuyo propietario era un tal Matsumoto, un hombre sesentón, de hoscos modales y de beodo hábitos nocturnos. Mi ventana y su balcón se daban de narices, apenas unos cuatro metros los separaba.

Ya era habitual en el vecindario las destempladas peleas con su mujer. En esas trifulcas rodaban muebles y los platos se hacían trizas en las paredes. Pero, esa noche fue distinto. El señor Matsumoto estaba fuera de sí. Perseguía a su mujer armado de un cuchillo de cocina. La esposa, en su huída, había llegado al balcón protegida por sus dos hijos, un chico de veinte años y una chica de unos dieciocho.

Fue impresionante ver como el desquiciado señor Matsumoto intentaba cocer a puñaladas a su quejosa consorte, quien daba de alaridos cada vez que su marido trataba de colar el cuchillo que portaba entre los cuerpos que se interponían de sus hijos.

Al rato llegó la policía. Un desvelado vecino los había convocado harto de no poder conciliar el sueño por semejante escándalo. El policía más veterano medió entre ambos. Sólo cuando al señor Matsumoto se le disipó la borrachera recuperó la cordura. Cuando todo se apaciguó se fueron. No hubo arrestos. En peleas domésticas, de marido y mujer, la policía no se mete, aunque la legislación ya está cambiando.

Pero, cuando la sangre llega al río, los criminales suelen desaparecer el arma del delito arrojandolo a los canales o a los ríos que cruzan un poblado o una ciudad. Cuando alguien ha sido acuchillado y cerca de allí hay un río, lo primero que hace la policía es buscar en sus aguas la prueba del delito.

De alguna manera, la televisión, el cine, los videos juegos, las mangas, las novelas de toda índole, en fin, los libros de historia, todo, todo lo que forma el bagaje cultural de un pueblo, preserva el filo de la espada de un país que ha hecho célebre en el mundo el ritual del seppuku o harakiri, el suicidio con honor.

Así es. Mientras los yankis todavía reparan sus controversias como en el lejano oeste, a punta de tiros, los japoneses no dudan en meter una cuchillada cada vez que se enojan. Y es que aquí el filo del acero aún no pierde su encanto.