martes, mayo 17, 2005

Sumimasen, gomenasi





Cada vez que ocurre un grave contratiempo que afecta el prestigio de una compañía pública o de una firma privada o de cualquier otra institución, sus altos funcionarios, desde el presidente hasta el último miembro del directorio, da la cara y ofrece en una conferencia de prensa las disculpas que amerita la desgracia.

Después del mea culpa, el presidente de la firma secundado por sus funcionarios de más confianza, agachan la cabeza e inclinan el cuerpo unos 60 grados -cuanto mayor el grado de inclinación, mejor- en una clara señal de disculpa. Si hay congoja y lágrimas en alguno de ellos
se asumirá como auténtico el dolor que embarga a la compañía.

Hacer pública una disculpa como individuo o como miembro de un grupo es algo común en la sociedad nipona. Tan común como tratar de resarcir esa falta por los medios que sea.

Después del accidente ferroviario de Amagasaki que costó la vida de 107 pasajeros de la línea Fukuchiyama, los altos directivos de la Compañía JR West ofrecieron sus disculpas durante una concurrida conferencia de prensa.

Tuvieron que asumir como propio el error de conducción del inexperto maquinista que provocó el accidente.


Incluso, durante los funerales de muchos pasajeros, el presidente de la empresa se presentó en la casa de cada una de las víctimas para dar el pésame, rezar por ellas, pedir disculpas y porsupuesto exponerse a las ofuscadas recriminaciones de las familias enlutadas por la desgracia.

Hace algunos años esas mismas disculpas se oyeron en boca de un ministro de salud al que se le responsabilizó de la adquisición de lotes de sangre contaminada con el virus del sida. Su oficina autorizó la importación sin el debido control sanitario.

Japón es el país del "sumimasen", del "gomenasai", de la disculpa, de la solicitud del perdón. Donde el grupo o el conglomerado asume su responsabilidad por la falta cometida por uno de sus miembros inferiores.

Admitir el error, la falta es el primer paso para su enmienda con la aspiración de que no se vuelva a repetir.

Aunque esa expresión de disculpa, de perdón, se han ido desgastando, todavía conserva en esta sociedad su vigencia ética y moral.

Cuesta imaginar los cientos y miles de disculpas que nos deben en nuestros países de origen los que administran, legislan y dirigen los destinos de nuestras naciones. Funcionarios públicos y privados, empresarios, comerciantes que operan y sobreviven dentro de un Estado acosado por la corrupción, el soborno, la inmoralidad, el tráfico de influencias y la impunidad.

Cuantas disculpas nos deben los desatinos y los desaciertos cometidos por nuestros ministros de economía como las mentiras y las promesas electorales de nuestros mandatarios que se olvidan de ellas cuando asumen el poder.¿Aprenderemos como sociedad a pedir disculpas algún día? ¿Aprenderemos a admitir y enmendar nuestros errores?