viernes, junio 08, 2007

Sensei








Yoko es mi sensei. Mi maestra. Suele enseñarme su idioma en un centro internacional.

Ella es una mujer paciente, afable y por lo general reservada.

Estudió idiomas en la universidad de Sofia de Tokio. Domina el inglés y el español. Después de graduarse se le ocurrió aprender francés y vivió una temporada en la Suiza francesa.

Luego , se caso. A los 41 años de edad vive dedicada a su esposo y a la crianza de sus tres hijas, la mayor adolescente.

Yoko ocupa sus horas libres de ama de casa enseñando inglés a niños en una academia y japonés a extranjeros en una aula municipal. El primero le reporta una remuneración, el segundo, que es un trabajo voluntario, la satisfacción de ayudar a los "gaijin" (extranjeros) a integrarse a la sociedad japonesa.

"Sensei", que es la palabra que nos ocupa, significa maestro (a). Se suele usar, como en el español, para designar no sólo a aquél que estudió pedagogía. Sensei puede ser un médico, un carpintero o cualquier otra persona que domina de forma cabal su profesión.

Yoko, sin embargo, me explicó su hondo significado a partir de los kanjis que lo forman, es decir de los ideogramas que los japoneses tomaron prestado del chino.

"Sen", me dijo Yoko, quiere decir primero o anterior y "Sei", nacer. Es decir, Sensei, literalmente hablando, es aquél que nació antes o primero. La composición de ambos kanjis encierra esa sencilla verdad. Quien nace antes o primero que nosotros es depositario de un conocimiento, de una información que ha de transmitir y compartir con los que le preceden.

En su sentido más amplio se puede sostener que maestro es el que nace primero al conocimiento

Yoko, quien es algunos años más joven, nació sin embargo primero al conocimiento al prepararse e instruirse debidamente para poder enseñar japonés a extranjeros como yo.






sábado, enero 27, 2007

En la Corte





La sala del tribunal para los delitos comunes es más pequeña.
Allí se ventilan hurtos, infracciones de tránsito y cualquier otra falta menor.
Como infringir la ley de inmigración y refugiados.
No requiere sino de la presencia de un sólo juez.
Los casos de homicidio y otros crimenes atroces demanda la presencia de tres jueces.

El juez, por su investidura, ocupa un gran sillón en el estrado principal. Es lo más suntuoso de la sala. Desde allí absuelve o condena.
No es un sillón cualquiera.
Uno que no sabe, sabe al ver aquel sillón que allí se sienta alguien importante.
Se trata de una butaca de respaldar elevado, mullido, cómodo. Parece de cuero.
Es algo así como el trono de la justicia.
Y la justicia no debe sufrir de almorranas. Las almorranas dan fallos arbitrarios, injustos.

Viste una toga negra el juez. Negra como el alma y la conducta de los muchos que allí llegan.
Para demostrar su inocencia o corroborar su culpabilidad.

Cuando su señoría ingresa a la sala todos se ponen de pie. Hasta el que no quiere.

Un renglón más abajo, hay un escribano que transcribe lo que dice el reo, lo que dice el abogado, lo que dice el fiscal y el juez que lo sentencia. En el llano, en los margenes de la sala se alinean, frente a frente, la mesa que ocupa el fiscal acusador y la mesa del abogado defensor.

Son mesas con folios y expedientes. Con papeles, muchos papeles.
La punta de papel del inmenso iceberg que ceba la burocracia jurídica. No lo digo pero lo pienso: el papel debe ser la partida de nacimiento de la civilización.

En el justo medio, y de cara al juez, está el banquillo del acusado.

Más allá de una baranda de madera, están las butacas reservadas para el público.

Detrás y por encima de esas butacas cuelga como único adorno un reloj de pared. La medida de la justicia no es el espacio sino el tiempo. Y el tiempo de la justicia discurre a otra velocidad. No es el mismo el que purga el sentenciado a cadena perpetua que el que espera la hora del patíbulo.

Japón ahorca a sus criminales.

(Francia los guillotinaba y Perú los fusilaba)

Después de media hora los descuelga para saber si están bien muertos.

Afuera, en el largo pasillo, una serie de puertas numeradas dan acceso a las distintas salas de audiencia. Cada una tiene una pizarra informativa donde aparece el horario de cada juicio, su duración, el nombre del juez, el tipo de delito y los nombres y todos los alias del acusado.

Cada sala tiene un panel luminoso cuya luz verde indica que dentro de ella se está ventilando un proceso. Para evitar interrupciones o distracciones inoportunas, un pequeño visor en la puerta permite ver quién y qué está ocurriendo en la sala sin necesidad de abrir la puerta.

Minutos más minutos menos, los juicios acaban con la misma puntualidad con la que llega a la estación el tren Yamanote Line o los buses metropolitanos.

El juicio empieza, obviamente, cuando aparece el protagonista: el acusado. Llega esposado y con una soga amarrada alrededor de la cintura. De ella tira uno de los dos policías que lo custodia. Costumbre arraigada que tiene la policía japonesa de trasladar, como si de una res se tratara, a los presuntos delincuentes. Como si no bastara con el moderno acero de las esposas.

El aire vulnerable, de desolación, de recogimiento de los que comenten delitos, sean avezados o primerizos, es el mismo. Ahora, el que allí entra esposado, amarrado y flanqueado por dos policías es un peruano ilegal, de 39 años, nacido en la sierra de Lima. Está acusado de violar la ley de inmigraciones e infringir la ley de tránsito, al manejar un coche sin licencia de conducir.

Le quitan la esposas, desanudan la soga que le rodea la cintura. El juez le dice que se acerque y él va hacia el banquillo de los acusados. El intérprete de la Corte media entre ambos.

"Puede permanecer callado si desea -le advierte el juez- porque debe saber que todo lo que usted diga en este tribunal puede ser usado en su beneficio o en su contra".

El proceso ha comenzado...

jueves, enero 11, 2007

Sobre habas (o)






En todas partes se cuecen habas.
En los transportes públicos hay un área de asientos reservados.
Los iconos de una mujer embarazada, de un hombre con muletas y de un anciano con bastón indican quienes son sus destinatarios.
Pero nadie hace caso, o muy pocos practican, por aquí, esa forma civilizada de la cortesía.
La masa que sube y se atropella en los pasillos de los trenes le importa un pito los ancianos, los escayolados o las gestantes. El asiento es una res, un antílope que hay que cazar a empellones.
Una vez allí, ocupando el lugar que no merece, la masa finge dormir, leer el periódico con tal de no perder el privilegio de la comodidad.
De pronto, alguien se para y cede el asiento a la pobre mujer que debe ir por su octavo mes de embarazo. Quien cede el asiento es otra mujer, anciana ella, con várices en los tobillos. Su gesto incomoda a todos aquellos que simulan dormir o leer el Mainichi shimbun o algún grueso volumen de manga.
En honor a la verdad, a veces, yo también finjo dormir.
Sí, pues, en todas partes se cuecen habas.




(o)Las disculpas del caso. Cinco meses después he hallado en la vieja agenda del 2006 -al pasar números y datos a la nueva del 2007- la clave para acceder a este blog. Aunque suena a cuento yo también quiero creerlo. Pienso tatuar la clave para no olvidarla. Busco la piel apropiada.

jueves, agosto 03, 2006

De la lona a la cumbre






Kohki Kameda, el chico prodigio del boxeo japonés -campeón nacional aficionado a los dieciséis y púgil profesional desde los diecisiete- había gritado a los cuatro puntos cardinales que sería campeón mundial antes de los 20 años de edad.

La noche del 2 de agosto, y con tan solo 19, alcanzó su sueño. Venció al venezolano Juan José Landaeta, campeón mundial minimosca de la AMB. Un triunfo, sin embargo, obtenido con malas artes.

Habituado a ganar a sus adversarios antes del quinto asalto, Kohki se topó esa noche con la horna de su zapato. El venezolano no fue pan comido. Fue un hueso que no pudo roer. Esa noche, Kohki se cayó desde lo más alto de su soberbia y besó la lona luego de recibir un zurdazo del estupendo Landaeta. Al final del combate el chico japonés acabó con una ceja rota, el labio sangrante, el pómulo derecho inflamado y con el orgullo por los suelos.

Landaeta, de 27 años de edad, un boxeador con oficio, ganó la pelea con limpieza pero la perdió bajo la mesa. El silencio mortuorio que manaba de la tribuna del Pacífico Yokohama en Yokohama, era la música de fondo de una derrota que todos vieron menos los sospechosos jueces extranjeros nombrados para calificar este combate.

Tres de los cuatro jueces vieron ganar al valiente y aguerrido chico japonés. Esos tres jueces tramposos deben estar gozando de una estancia privilegiada en Japón: hoteles cinco estrellas, paseos turisticos por Kyoto, Nara, Osaka, Kamakura y gastando los honorarios recibidos de un deporte que muchos vinculan con los negocios turbios de las organizaciones subterráneas.

De otra manera no se explica una pelea como ésta donde el ganador termina en la lona y el perdedor en la gloria.






miércoles, mayo 24, 2006

Los Estatutos de redaccion de EFE



El que esto escribe tiene mucho respeto por su oficio.

Noble profesión o vil oficio, según como se ejerza, el periodismo pasa por una seria crisis. Una crisis de valores. Se dirá que son los tiempos. Tiempos difíciles. Donde los mercaderes han tomado por asalto las Redacciones y se han apoderado de la noticia, del poder de la información, convirtiendo el ejercicio de la prensa en una transacción comercial al servicio de intereses privados o corporativos.

No hay nada peor que le pueda pasar a un medio que perder su credibilidad y con ella el respeto de sus lectores. Se olvida, muchas veces, que la integridad, la reputación, la credibilidad de un medio no es otra que la reputación, la integridad y la credibilidad que le proporcionan sus periodistas.

El panorama de la prensa es desolador. Ni el periodismo americano ni europeo escapa a una crisis que tiene más de ética que de estética.

En conducta la prensa latinoamericana tampoco le va a la zaga. La manipulación informativa durante el proceso electoral peruano ha sido escandalosa, es apenas un botón de muestra.

El periodismo no es bueno ni malo. Sólo hay periodistas mal formados y deformados por su vil ejercicio y periodistas que encuentran en él una posibilidad de servicio social y de bien común.

Por eso, vale reseñar y destacar el Estatuto de Redacción que los periodistas españoles de agencia EFE acaban de aprobar. Se trata de un Estatuto que establece un nuevo marco de relaciones entre el Consejo de Redacción, los representantes sindicales y la dirección de la empresa.

El jueves, 18 de mayo, los periodistas de la mayor agencia de noticias de habla hispana optaron por un estatuto que regulará sus normas éticas y profesionales. Con ello, según Alex Grijelmo, presidente de EFE, se abre una nueva etapa "en la que la manipulación informativa ya no es posible".

El Estatuto consta de 128 artículos, con capítulos dedicados a los derechos y obligaciones de los periodistas, la cláusula de conciencia, el secreto profesional, el tratamiento de las fuentes informativas y los derechos y obligaciones de la Dirección.

Su preámbulo destaca que, por su vocación de servicio público informativo, Efe "carece de línea ideológica, no transmite opiniones propias, sino noticias, crónicas, reportajes y análisis periodísticos, en cualquier soporte, basados en la veracidad de los hechos, la consulta de todas las fuentes, el rechazo de toda manipulación y el respeto a los principios éticos que rigen el protocolo de obtención y edición de información".

Sin duda, lo hecho por EFE es un acto que procura devolver al periodismo, algo que nunca debe perder: su decencia.