lunes, diciembre 27, 2004

Fin de año





En diciembre las empresas niponas, grandes o pequeñas, celebran el "bonenkai" o fiesta de fin de año. En esos días, después de la jornada de trabajo, los oficinistas, los empleados, los obreros concurren con sus mejores galas a un banquete ofrecido por la compañía en algún lujoso restaurante o en un hotel de renombre.

Durante más de tres horas, los trabajadores comparten un momento de ruidosa algarabía, comiendo opíparamente un menú adecuado para la ocasión, donde se combina la gastronomía local con la internacional. El tenedor con los palillos chinos.

La alegría se ceba con sake, whisky y harta cerveza. Muchísima cerveza. Se bebe de una manera desproporcionada porque la ocasión lo amerita. El alcohol desinhibe y permite desfogar tristezas, malestares y rencores como amplificar el respeto, el cariño y la amistad entre los amigos y los grupos que se forman dentro de toda empresa.

Aunque restaurantes y hoteles ofrecen el servicio de karaoke, la gente que asiste a un bonenkai decide, acabada la reunión, fragmentarse y acudir en pequeños grupos a bares y karaokes, en una travesía que se puede prolongar hasta más allá de la medianoche.

A las afueras de restaurantes, hoteles, bares, discotecas y cuanto centro nocturno exista para esos menesteres, están a la espera, formando fila, los taxis con sus choferes uniformados. El beodo del bonenkai no duda en subir a uno cuando la jornada de la diversión llega a su fin. Hay entre los japoneses, al menos en el grueso de la población, cultura alcohólica.

De hecho, el que asiste a un bonenkai lo hace sin su automóvil. No lo hace por temor a la elevada multa sino por su propia seguridad y la seguridad de los demás.

En Japón, unos 2,500 peatones mueren cada año en accidentes de tránsito.
Las estadísticas también precisan que unas 130,000 personas mueren cada año en las autopistas y carreteras de toda América (más de 44,500 sólo en EE.UU.).

A escala global, la cifra también es significativa: más de 3,000 personas mueren en accidentes de tránsito cada día. En el año 2000, los choques en carretera se ubicaron como la novena causa de mortalidad y morbilidad -un 2,8 % de todas las defunciones y discapacidad en el mundo.

En 2003 hubo 75,000 accidentes en el Perú con más de 11 mil muertos.

En caso de accidente, dicen los expertos, una carga trasera mínima equivale a un peso pesado que al salir despedido arrastra consigo lo que tenga por delante. Por ejemplo, un niño de sólo 20 kilos se convierte en un bulto de 200 kilos si la colisión se produce a una velocidad de 100 kilómetros a la hora.

La mayoría de las muertes y lesiones graves registradas en los ocupantes de los asientos delanteros de los coches accidentados podría evitarse con el uso de los cinturones de seguridad traseros, escriben los autores de un estudio realizado por el Departamento de Salud Comunitaria de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tokio.


Las fiestas de fin de año no sólo disparan el consumo sino también otras cifras tenebrosas.

Hace pocos meses, un peruano fue condenado a 25 años de prisión -la más alta sanción dictada por un tribunal nipón- por conducir de una manera estúpida y temeraria.

Este conductor, según se supo, solía desafiar a los semáforos. Disminuía la velocidad y a unos doscientos o trescientos metros de un cruce de avenidas pisaba a fondo el acelerador y advertía a sus sorprendidos acompañantes que el semáforo cambiaría de luz roja a verde segundos antes de llegar a la intersección vial.

Solía hacer ese desafío cada vez que se pasaba de copas, pero esa madrugada el semáforo no le hizo caso y sesgó la vida de dos jóvenes japonesas que venían en su coche de una fiesta pero sin una gota de alcohol en la sangre.

Este 31 de diciembre las familias de las víctimas recibirán el 2005 sin la posibilidad de poder abrazarlas.








miércoles, diciembre 15, 2004

Feliz Navidad





A pesar de ser shintoista, budista y confucionista, Japón celebra la Navidad como la celebran otros países del Asia que no pueden safarse de la influencia de Occidente. Como toda celebración popular, es una fecha propicia para gastar. De hecho el consumo se dispara en este mes más que en ningún otro del año. Aquí, como en Occidente, no hay quien eche a los mercaderes del templo.

En estas fechas se importan de Taiwan, China, Singapur, Malasia y Filipinas varias toneladas de juguetes además de pinos pre fabricados, juegos de luces, bombillas de colores, máscaras y trajes de Santa Claus y todo ese magnífico decorado que adorna esta fiesta.

Durante el mes de diciembre las ciudades japoneses se visten de luces de colores. Hasta la Torre de Tokio parece un enorme árbol de navidad. Si alguien que no supiera lo que sabemos, al ver todo este jolgorio, exclamaría con admiración: ¡qué pueblo más católico es el japonés!

Para los japoneses la navidad es un abuelito dulce y obeso, de bigote y barba blanca, vestido con el uniforme de la Coca Cola, y no un bebe pobre acostado en un pesebre, dentro de un establo, entre animales, y con unos papás angustiados por la espada infanticida de un tal Herodes.

El cristianismo, como en todos los rincones del planeta, desembarcó en Japón con la espada y la cruz de los expansivos europeos del Renacimiento. El jesuita español Francisco Javier (1549) echó las primeras semillas de la nueva fe y Toyotomi Hideyoshi, un cauteloso shogun, el que pisoteó sus brotes. Su sucesor, Tokugawa Iemitsu, aún más medroso, cerró las puertas del país y apagó la luz.

Un monumento recuerda la sangre derramada por los primeros cristianos japoneses y extranjeros crucificados en estas islas. Se les conoce como los Veintiséis Mártires de Nagasaki. Fueron ejecutados en 1597. Uno de ellos era un novo-hispano, vale decir, un mexicano llamado Felipe de Jesús.

Durante casi trescientos años, Japón se encerró en su caparazón y los pocos cristianos que no renegaron de su fe pasaron a la clandestinidad adorando a Jesús y a la Virgen María en privado y cumpliendo con los ritos budistas o shintoistas en público.

Un número elevado de cristianos japoneses lo son por tradición familiar (algo parecido a nosotros que un día amanecemos bautizados y sacramentados).
Los hijos reciben de sus padres el cristianismo como un legado, un patrimonio familiar. De lo que se deduce que son cristianos porque su padre lo fue, lo fue también su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo hasta llegar, quien sabe, al siglo quince.

En la actualidad, más de un millón de japoneses (de una población de 130 millones) son cristianos. A ese número se debe sumar los cristianos de ultramar, ese medio millón de trabajadores latinoamericanos (lusos e hispanohablantes) y filipinos que día a día mueven una de las rueditas dentadas de la industria del país.

Los cristianos de América Latina le han dado a la Iglesia católica de Japón una vitalidad en momentos que languidecía. En todo caso, el ruido, la batahola, la alegría ha roto el silencio ceremonioso de la anodina misa católica nipona tan ventilada de bostezos.

Las misas se imparten en español, portugués y tagalo. Se canta a todo pulmón y de vez en cuando, el llanto de un bebe, quiebra esos silencios divinos que anteceden al sorbo de la sangre de Cristo o a la repartición oral de las hostias.

Aún es prematuro hablar del aporte de la comunidad latina a la navidad japonesa. Pasará mucho tiempo para que un pesebre con el niño Jesús y la Sagrada Familia acompañe al iluminado arbolito navideño de los hogares nipones. Quizá el "Keki Christmas", tan tradicional en estas fiestas, pueda ceder con el tiempo su lugar al novedoso Panetón, ese obeso pan de frutas que se está metiendo lentamente en el gusto japonés.

Cada año aumentan los pedidos de panetones brasileños (Bauducco) o peruanos (Donofrio) y mega almacenes norteamericanos como Costco, lo están importando de Italia a precios más competitivos, a la mitad del valor de los panetones que provienen de América Latina.

Pero, los cristianos no son los únicos que celebrarán la Navidad. Con ellos, compitiendo palmo a palmo, están las iglesias evangélicas de las llamadas Alianza Misioneras además de los Testigos de Jehová que se multiplican por doquier.

Ya no es raro ver grupos de señoras japonesas, de esas que usan gafas, peinan canas y visten faldas hasta el tobillo asomarse por los vecindarios, yendo de puerta en puerta. Cuando les abres, meten el pie en el resquicio para que no les cierres y te anuncian la venida del Señor y la posibilidad de que puedas acceder en unos minutos de plática a la vida eterna.

Cuando les dices, "nihongo, wakaranai" (no entiendo japonés) ellas responden "daiyobu" (no importa) y sin perder la sonrisa ni la serenidad, sacan de sus nutridos bolsos un ejemplar de Atalaya en tu idioma. Y los tiene en todos: inglés, francés, alemán, árabe, chino, coreano, tagalo, portugués y por supuesto, en español. No hay nada más terco que un Testigo de Jehová japonés.
Meli krisumasu! (Feliz Navidad), nos dice el Testigo al despedirse.
¡Feliz Navidad!, le respondemos.





sábado, diciembre 04, 2004

Un paso al más allá...





Japón tiene una de las tasas de criminalidad más baja de los países industrializados pero una de las más alta en suicidios* . Son pocos los crímenes, es cierto, pero los que se cometen son incomparables en crueldad y sadismo.

Niños que degüellan o decapitan compañeros de escuela, asesinos que no dejan rastro después de pasar por cuchillo a toda una familia, un depravado que no contento con ahogar a su víctima, una niña de siete años, le arranca los dientes, en fin, los crímenes más macabros.

Por lo general, se trata de psicópatas. De aquellos que te rebanan un brazo o te despanzurran sin pestañear. Son seres con fallas de "fabricación", con una psique que no se estremece ante el dolor o el sufrimiento ajeno. Hay en ellos una obstinación irrefrenable de saciar esos brutales impulsos.

Pero de la edad no hay que fiarse. En los últimos años, los crimenes más atroces lo han cometido adolescentes y jóvenes. Uno de estos precoses asesinos mató hace algún tiempo a una anciana con un bate de béisbol. El chico declaró a la policía que lo hizo simplemente porque quería experimentar la sensación de matar a un ser humano. Antes había matado muchos pero virtualmente en la consola de un juego de vídeo game.

Suicidios

Los suicidios aquí también están a la orden del día.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una moda quitarse la vida en grupo, previo contacto a través de ciertas páginas de internet o de un chat.

"Oye, ya no le encuentro sentido a la vida, ¿y tú?"
"La verdad que yo tampoco"
"¿Qué tienes que hacer el próximo jueves?"
"En la mañana, pasear al perro y por la tarde tengo cita con el dentista"
"Muy bien, ¿qué te parece si nos quitamos la vida después de la consulta con el dentista?

No son suicidios sangrientos, tipo harakiri, en el que tú mismo te tienes que abrir el vientre con un filudo cuchillo. De ninguna manera.

Los suicidios que están de moda son más bucólicos, por lo general, en un camino apartado, cerca de algún bosque y lejos del mundanal ruido de la ciudad. Hacia allá se dirigen no precisamente a respirar aire puro sino monóxido de carbono.

Una parrilla portátil, varios trozos de carbón, fósforos, la cabina de un coche con las ventanas cerradas, un poco de sake o whisky junto con un relajante somnífero, son algunos de los elementos -cuyo valor no llega ni a los 100 dólares- que se emplea en un suicidio colectivo, claro está, previa repartición de los gastos.

Antes no era así. Hasta hace unos siete o diez años, los japoneses se quitaban la vida saltando de las azoteas de los edificios. Lo único que dejaban arriba, eran sus zapatos, uno al costadito del otro con una carta dirigida a quien correspondiera, donde el futuro difunto aclaraba que no se debía de responsabilizar a nadie de esa drástica determinación.

En todo caso eran muertes feas, desagradables. Porque al impactar sobre el pavimento salpicaban.

Las religiones en Japón (budismo y shintoismo) no prohiben, censuran ni condenan este acto. Culturalmente, el suicidio está enquistado en su historia y en sus costumbres. Para salvar el honor y la vergüenza.

La reencarnación, la posibilidad de volver a vivir una vida más beningna con un destino más afortunado que el que dejan, es un atractivo.

Dormir respirando monóxido de carbono está de moda. Lo terrible de todo esto es que hasta en esas cosas hay modas.



(*)Según las estadísticas del Ministerio de Salud nipón, 32,082 personas se quitaron la vida en el 2003, un récord histórico que supera la cifra de 31,775 suicidios de 1998.