jueves, junio 23, 2005

Robot Guardián






La robótica es un área que fascina y seduce a los japoneses. Sony y Honda están a la vanguardia en esta tecnología. Cada año presentan versiones mejoradas de los prototipos de robots de aspecto humano que desarrollan sus laboratorios. Llegan con más habilidades, menor tamaño y peso. Sin embargo, ninguno de los dos se anima a producirlos en serie. Los costes de producción son exorbitantes y todavía no están al alcanze de sus mercados.

El único robot que se vende es el perro electrónico AIBO, de Sony, una mascota que se programa para que interactúe con su propietario.

Sin embargo, la pequeña firma nipona de robots ZMP ha sido la primera en lanzarse al mercado con un robot "humanoide" que no logra zafarse de su apariencia de juguete. El robotito de marras se llama Novo (*), diseñado para que sirva de guardián de casa. Se fabricaron 2.300 robots.

No se piense que se trata de un robot capaz de enfrentar a golpes o usar rayos láser contra una avezado delincuente. De ninguna manera. Novo mide apenas 35 centímetros y pesa 2.5 kilogramos. Basta una patada y un pisotón para dejarlo fuera de combate.

Se trata más bien un robot de vigilancia, de entretenimiento y porsupuesto, educativo. Es capaz de levantarse, caminar y responde a ordenes orales sencillas como "para", "gira a la izquierda", "gira a la derecha..."

La cámara digital que hace a la vez de cabeza del robot permite al dueño de este pequeño ingenio ver qué es lo ocurre en su casa desde cualquier ordenador o desde la pantalla de su teléfono móvil. También se le puede operar a control remoto, además está programado para bailar y tocar música.

Un diseñador, un coreógrafo y un fabricante de chips se juntaron para crear este robot. Los fabricantes dicen que Novo sirve también de adorno en la sala de una casa. Su diseño es agradable a la vista y constituye sin duda una pieza de lujo.

Lo de lujo es cierto. Novo está valorizado en 588,000 yenes, unos 5,400 dólares americanos.

Al paso que va la robótica, no será raro que dentro de algunos años acudamos al bar y pidamos una cerveza para nosotros y una copa de lubricante extra fino para el amigo robot.






(*) http://www.zmp.co.jp/e_home.html

sábado, junio 04, 2005

530







El 530 le recuerda a los japoneses el deber de colaborar con la limpieza de la ciudad. La pronunciación de estos números en japonés forman la palabra Gomi: Go (5) Mi (3) Zero (0). Es decir, "Gomi-0" o "Basura-0".

El domingo pasado fue en Japón el día de GoMi-Zero.

Muy temprano, cientos de personas se juntaron, formaron cuadrillas e iniciaron la limpieza de la ciudad: calles, avenidas o parques. Hombres, mujeres y niños vistieron ropas de faena. Mamelucos, guantes de tela, botas de jebe. Portaron bolsas de basura. Muchas bolsas de basura. Unidos, emprendieron las labores de limpieza sin otro premio que el sentirse orgullosos de tener su ciudad limpia.

Dicho en buen cristiano, no cobraron por esta labor que en nuestros países, al menos en Perú, lo realiza el servicio municipal de limpieza pública.

Entre las siete y las nueve de la mañana, divididos en pequeños grupos, iban a la caza de desperdicios, latas, revistas, papeles, colillas, recipientes plásticos de comida que peatones y conductores arrojan a la calle.

El día de GoMi-Zero no es un día que se improvisa. No se trata de gente que madruga y que se va a la calle a limpiar los lugares que se le ocurre. No. Todo está organizado. Ya se sabe la debilidad que tienen los japoneses de programarlo todo.

En la asamblea de vecinos se establece, con varias semanas o meses de anticipación, las personas que participarán ese día y las áreas donde operarán. Además de los vecinos, los chicos de los colegios, con la supervisión de sus maestros, se suman a la cruzada de limpieza. Una cruzada que cuenta con el apoyo logístico de los municipios que proporcionan los vehículos recolectores de basura.

Se estima que los seres humanos producimos por lo menos un kilo diario de basura. Si lo multiplicamos por cada habitante de la Tierra, la cifra de basura diaria resulta tan astronómica como agobiante*.

Las leyes que reglamentan la eliminación y el reciclaje de la basura exigen a los japoneses una selección de los desperdicios orgánicos e inorgánicos que producen y que deben ser arrojados en los contenedores en las bolsas de plástico que les corresponden.

En algunas ciudades niponas como Kamikatsu, en la prefectura de Tokushima, la basura se clasifica en 34 categorías. Pero, lo común es clasificar la basura en envases de aluminio, recipiente de plástico, vidrios, lozas, periódicos y papelería en general, baterías, etcétera.

Asimismo, las leyes obligan al consumidor pagar entre 2.000 y 4.500 yenes (entre 20 y 40 dólares americanos) para que pueda deshacerse de cierto tipo de basura d
oméstica: televisores, refrigeradores, lavadoras, microondas, ordenadores e incluso los muebles viejos del hogar.

Más paga el que más compra, el que más consume.

El primer vistazo que produce Japón es el de un país colmena, de ciudades apretadas, construidas por laboriosas abejas. Aunque impera el orden, la disciplina y la limpieza, no faltan lugares en los bordes de las ciudades, donde la basura es arrojada al amparo de las sombras.

Lugares descampados donde se pueden hallar neumáticos gastados, baterías de coches, motocicletas destartaladas, automóviles con las carrocerías oxidadas, sofás rotos, cocinas, alfombras agujereadas, bicicletas que la maleza devora en la primavera y que la nieve oculta durante el invierno.

Sin embargo, el grueso de la población tiene conciencia cívica y un arraigado sentimiento de grupo que les permite emprender juntos desafíos colectivos que demandan tareas como estas en sus pueblos y ciudades.

Después del 503, cuando la primavera cede su paso al verano, las asociaciones de vecinos emprenden, en todo Japón, la limpieza de sus propios barrios. Abuelos, padres, hijos y nietos se juntan con otros abuelos, padres, hijos y nietos con el fin de dedicarle una mañana al aseo del vecindario, empezando por las alcantarillas.

Mantener limpia una ciudad, colaborar con el reciclaje de la basura no sólo es un deber cívico sino también una responsabilidad social. La eliminación de los residuos que producimos se ha vuelto un calamidad. El hombre es el mayor agente contaminante de un planeta que tiene cada vez menos agua que beber y aire puro que respirar.

Y el 503 de los japoneses echa una manito a un planeta que está sucumbiendo a los excesos que trae consigo el consumo. Un consumo sustentado por el progreso, el desarrollo y la industrialización.






(*)Decimos esto sin sumar las miles de toneladas diarias de basura que producen las industrias en todo el planeta. Sólo EEUU aporta casi el 40 por ciento de los gases (dióxido de carbono) que viene causando el llamado efecto invernadero.





martes, mayo 17, 2005

Sumimasen, gomenasi





Cada vez que ocurre un grave contratiempo que afecta el prestigio de una compañía pública o de una firma privada o de cualquier otra institución, sus altos funcionarios, desde el presidente hasta el último miembro del directorio, da la cara y ofrece en una conferencia de prensa las disculpas que amerita la desgracia.

Después del mea culpa, el presidente de la firma secundado por sus funcionarios de más confianza, agachan la cabeza e inclinan el cuerpo unos 60 grados -cuanto mayor el grado de inclinación, mejor- en una clara señal de disculpa. Si hay congoja y lágrimas en alguno de ellos
se asumirá como auténtico el dolor que embarga a la compañía.

Hacer pública una disculpa como individuo o como miembro de un grupo es algo común en la sociedad nipona. Tan común como tratar de resarcir esa falta por los medios que sea.

Después del accidente ferroviario de Amagasaki que costó la vida de 107 pasajeros de la línea Fukuchiyama, los altos directivos de la Compañía JR West ofrecieron sus disculpas durante una concurrida conferencia de prensa.

Tuvieron que asumir como propio el error de conducción del inexperto maquinista que provocó el accidente.


Incluso, durante los funerales de muchos pasajeros, el presidente de la empresa se presentó en la casa de cada una de las víctimas para dar el pésame, rezar por ellas, pedir disculpas y porsupuesto exponerse a las ofuscadas recriminaciones de las familias enlutadas por la desgracia.

Hace algunos años esas mismas disculpas se oyeron en boca de un ministro de salud al que se le responsabilizó de la adquisición de lotes de sangre contaminada con el virus del sida. Su oficina autorizó la importación sin el debido control sanitario.

Japón es el país del "sumimasen", del "gomenasai", de la disculpa, de la solicitud del perdón. Donde el grupo o el conglomerado asume su responsabilidad por la falta cometida por uno de sus miembros inferiores.

Admitir el error, la falta es el primer paso para su enmienda con la aspiración de que no se vuelva a repetir.

Aunque esa expresión de disculpa, de perdón, se han ido desgastando, todavía conserva en esta sociedad su vigencia ética y moral.

Cuesta imaginar los cientos y miles de disculpas que nos deben en nuestros países de origen los que administran, legislan y dirigen los destinos de nuestras naciones. Funcionarios públicos y privados, empresarios, comerciantes que operan y sobreviven dentro de un Estado acosado por la corrupción, el soborno, la inmoralidad, el tráfico de influencias y la impunidad.

Cuantas disculpas nos deben los desatinos y los desaciertos cometidos por nuestros ministros de economía como las mentiras y las promesas electorales de nuestros mandatarios que se olvidan de ellas cuando asumen el poder.¿Aprenderemos como sociedad a pedir disculpas algún día? ¿Aprenderemos a admitir y enmendar nuestros errores?






martes, abril 26, 2005

El Sol Naciente del Dragón







La posibilidad de un asiento permanente en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas y unos textos escolares ambiguos, donde los historiadores oficiales insisten en que Japón desplegó en Asia una guerra de liberación contra el colonizador Occidental, desató la violenta ola de protesta que hace pocos días sacudió las principales ciudades chinas.

Disturbios, ataques contra la embajada y consulados nipones, destrucción de negocios japoneses y hasta un boicot contra sus productos fue el saldo de un desencuentro que tensó una vez más las relaciones entre Tokio y Pekín.

Y es que sesenta y ocho años después de la "masacre de Nankin", China no olvida los desmanes del invasor. Sus tropelías. Y es que la incursión del Ejército Imperial en el continente chino durante la guerra sino-japonesa (1937-1945) fue brutal, sanguinaria. El saldo: 35 millones de muertos.

La masacre Nankin fue el episodio más terrible de esa guerra. Ocurrió en 1937 y se estima que en esas jornadas unos 300.000 soldados y civiles chinos murieron en manos del ejército japonés. Según testimonios, las víctimas fueron asesinadas en condiciones particularmente atroces, las mujeres violadas antes de ser ejecutadas, los hombres y los niños enterrados vivos o torturados. Después del saqueo, la ciudad fue incendiada.

En Nankin se erigió un museo del horror que impide a los chinos olvidar los crímenes de la soldadesca nipona.

Los violentos disturbios, el mutismo chino y su negativa de pedir disculpas a Tokio por los desmanes, habla a las claras de una nueva etapa en las relaciones entre ambos países. Mientras el Sol Naciente declina, el Dragón chino se sacude de su largo sueño y despierta.

Próxima a convertirse en una de las economías más dinámicas y prósperas del planeta, además de potencia militar, China ya le está quitando el sueño a Japón, le está provocando ansiedad a Europa y mucho insomnio a EEUU.

Si hace tres décadas era inaudible, China ahora levanta la voz, grita, exige, demanda. Si bien es cierto que Japón es su principal socio comercial, le disgusta su liderazgo. Detesta su influencia. Su postura. Lo que hace y hasta lo que omite.

Pekin lo quiere lejos de las decisiones y de las esferas de poder y demanda que su libros de historia cuenten la verdad. La verdad y nada más que la verdad. Nada de cuentos chinos.

Dentro de pocos años, China exigirá su lugar en la mesa del mundo. Ya lo dijo Napoleón hace casi doscientos años. Cuando el dragón chino despierte el mundo temblará.



martes, abril 05, 2005

Matrimonios y algo más






En 1989, el gobierno japonés modificó la ley de inmigraciones con el objeto de permitir que los descendientes de japoneses de ultramar, hijos (nisei) y nietos (sansei) pudieran establecerse y trabajar en Japón sin ningún tipo de restricciones.

Esa llave abrió las exclusas de la inmigración latinoamerica al Japón. Brasil, donde la colonia nipona bordea el millón de personas, y Perú, que supera las 100.000 personas, fueron los países que sufrieron la mayor sangría. Al cabo de dieciséis años la población nipo latina en Japón bordea las 320.000 personas.

La imperiosa necesidad de contar con una mano de obra barata y culturalmente afín sedujo a los que diseñaron esta ampolleta migratoria. Tenían en claro que por ser descendientes de japoneses no iban a causar conflictos sociales, étnicos ni religiosos. Tuvieron muy en cuenta la experiencia europea con los musulmanes y los africanos o la americana, con esos cientos y miles de latinoamericanos que cada día intentan cruzar el desierto que separa México de EEUU, y que al atravesarlo, no hacen sino aumentar las estadísticas de pobreza y marginalidad en las ciudades estadounidenses.

En todo caso, fue un flujo alternativo frente a las también necesarias migraciones de otros países del Sudeste asiático.

Con una economía en receso y con los números estancados, Japón ha trasladado ahora su producción a los países vecinos. Sobre todo a China, donde los costes de producción continúan siendo baratos.

Eso, sumado al incremento de la delincuencia, ha obligado a la oficina de inmigraciones ha adoptar medidas drásticas contra los indocumentados. Estableciendo penas y sanciones más rigurosas a los que los encubren o les dan empleo.

La única salida que tiene un ilegal para permanecer en Japón es casándose con un japonés. Sólo así tiene la posibilidad de poder regularizar su situación. De hecho, cientos de indocumentados han dejado las sombras de la clandestinidad al unir su sangre con la sangre de los nativos de estas islas.

Arturo, un peruano ilegal, ha sido uno de los últimos en pasar la dura prueba de demostrar a las autoridades que se caso con Miyako no por conveniencia o dinero, sino por amor. Los test y los interrogatorios, por separado, ha convertido a los oficiales de inmigraciones de Japón en cazadores de apariencias y mentiras.

Todas las preguntas son válidas incluso las que entran en el terreno privado.

Desde cómo vestía tu pareja cuando la conociste, pasando por fechas conmemorativas, el número de calzado, la talla de pantalón, los platos que más le gustan, el color preferido de ropa íntima o la marca de cigarrillos que fuma.

Basta que los datos de uno de los dos no coincida para acabar en el aeropuerto internacional de Narita esperando la salida del vuelo de la deportación.

Si la pareja tiene hijos, el panorama se facilita. No porque se ponga en duda la veracidad de su amor. Sino porque el fruto de ese amor es un niño destinado a engrosar mañana más tarde -todo depende de su inteligencia- la fila de esa mano de obra que tanto demanda un país como Japón que envejece con celeridad.

Si eres ilegal y consigues novia japonesa, no olvides de tomar apuntes hasta del número de lunares que adornan su cuerpo. De no saberlo, pones en riesgo tu sueño de emigrante.