Sony
Sony no es sólo el nombre de una transnacional nipona sino también es el apodo de un proxeneta japonés que ha sido puesto en libertad después de permanecer catorce meses en la cárcel. Si le ves, parece de todo, menos un delincuente. No es muy alto, es de pocas carnes y su aspecto es el de una persona inofensiva. Estudió humanidades en la universidad. Si te lo presentaran y le estrecharas la mano, lo podrías confundir con un aplicado profesor de lengua extranjera.
Sony es en realidad Koichi Hagiwara, el eslabón de una cadena de tratantes de blancas que fue desbaratada por la policía hace un par de años. Él abastecía de chicas colombianas a los bares, los centros nocturnos y los sórdidos teatros de variedades sexuales que pululan en Tokio y en las ciudades del interior del país.
En los teatros de variedades sexuales, además de servir de comparsa, de practicar striptease o de bailar de una manera obscena y provocadora, las chicas eran obligadas a hacer el amor en el escenario, sobre una plataforma giratoria, a vista y morbo de todos, con una persona que surgía del público previo yan-ken-po.
Ni bien bajaban del avión eran conducidas ante su presencia. Porque antes de distribuir el producto, Sony había adquirido la costumbre de probar la mercadería.
Ya en su despacho, Sony les ordenaba quitarse la ropa. Las contemplaba como un comprador de potrancas. Las fotografiaba por los cuatros lados, les hacía algunas preguntas de rigor (estudió español) y sólo entonces daba rienda suelta a su puto oficio.
Para las que se resistían o se echaban para atrás, Sony tenía un par de gorilas colombianos. Ellos se encargaban de amansar las yeguas chúcaras. Si eran obstinadas las amenazaban con asesinar, allá en Colombia, a padres, hermanos, primos, hijos, tíos o a cuanta parentela tuvieran.
Hay de las mujeres que llegaron sabiendo a qué venían. Hay de las que sabiendo a que venían se amilanaron. Hay de las ingenuas que viajaron a Japón convencidas de que su trabajo consistiría en servir copas y encender cigarrillos a los clientes. De las ingenuas y de las que no tuvieron riñones para soplarse a diez clientes por noche, surgieron las denuncias contra Sony y su banda.
Personas que conocen a Sony lo han visto en Yokohama, cerca de la estación de Sakuraguicho, en cuyas inmediaciones funciona una célebre callecita plantada de pequeños cubículos donde numerosas extranjeras se prostituyen disfrazadas de enfermeras, mucamas, maestras, secretarias o de estudiantes de secundaria, de falda y blusa marinera.
Japón, que no tiene leyes complejas contra la prostitución ni la trata de blancas, condenó a Sony por otros delitos: violación de las leyes de inmigración y de trabajo. En todo caso, las pruebas presentadas por la embajada colombiana durante el juicio dieron a los magistrados nipones la visión de un problema complejo y a la vez dramático: mujeres traficadas y prostituidas a la fuerza.
Con Sony también cayeron los hermanos Beatriz Helena y Jorge Humberto Narváez. Ellos fueron deportados, juzgados y condenados en Colombia a 15 años de prisión. Beatriz, que vivía con un pie en Japón y el otro en Colombia, se encargaba de enrolar a las chicas, mientras que Jorge Humberto, en Tokio, de persuadirlas.
La extorsión, el chantaje económico era otra forma de avasallar a sus víctimas. Por el sólo hecho de viajar a Japón por un trabajo, debían cinco millones de yenes, unos 47, 500 dólares americanos. Todos los pretextos cabían en la bolsa de la deuda: trámites administrativos, el valor de los pasajes aéreos, el costo de la vivienda, la alimentación, el pago de servicios domésticos o cualquier otra cosa que se les ocurriera.
Si en los plazos convenidos, no amortizaban sus deudas, se les penalizaba. Eso quiere decir que de una quincena a otra o de un mes a otro, la deuda, lejos de disminuir, aumentaba de una manera astronómica.
En ese mercado, las chicas y sus deudas eran compradas o vendidas a otros mafiosos. Así pasaban de una mano severa a otra más despiadada. Un laberinto que ya ni tenía puerta de entrada ni de salida.
En todo caso, el consulado colombiano en Tokio, las ONG que luchan en Japón contra ese vil negocio tendrán, con el retorno de Koichi Hagiwara, más sobresaltos. Ya están advertidas. Sony está en libertad.
2 comentarios:
Devoré con gozo todo el blog esta noche. Es increíble la fluída ventana al oriente que encuentro aquí. Un gran abrazo.
manuel
Manuel
Trataremos de ser una ventana al oriente. Gracias por visitar esta Hoja Suelta.
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