Que la paz llegue a Iraq
A veces los políticos se toman la vida con demasiada frivolidad y convierten una oportunidad de grandeza en un acto vil y despreciable. Bastó que el Primer Ministro dijera a la prensa que Japón jamás se pondrá de rodillas ante el terrorismo internacional, para que en un escondrijo a las afueras de Bagdad, un grupo de militantes extremistas, opuestos a la invasión norteamericana y a la ocupación extranjera, degollara al "mochilero" japonés Shosei Koda.
La víspera, Shosei Koda, había sido presentado en televisión por los militantes encapuchados que leían una proclama, prometiendo ejecutar al chico japonés si ese país no retiraba de inmediato sus tropas. Un pálido pero sereno Koda rogaba a Koizumi por su vida, diciéndole, "disculpe usted, pero mi cabeza está en sus manos".
El día que Koizumi ''decapitó'' a Koda, visitaba a las víctimas del terremoto de Niigata. Como buen político llevaba consuelo y promesas. Y ponía cara de circunstancias en las fotos, porque hay que pensar en las elecciones, claro está.
Koda tenía 24 años de edad. Era aficionado a la fotografía. Hijo de un funcionario de la NHK, el chico buscaba su lugar en el mundo. Hacer algo útil. Y al encontrar ese algo útil, encontrar el sentido de su vida.
Ya Koizumi, ante casos de rehenes parecidos, había advertido que no iba a interceder por más japoneses que fueran atrapados en Iraq. Que ya no salvaría más periodistas ni a quien se aventurara por esos lares donde la gente no teme al diablo ni respeta a Dios.
Los verdugos de Koda no tuvieron compasión. Antes de degollarle lo torturaron. Días después de la valiente y patriótica declaración de Koizumi, Koda fue hallado bocabajo pero con la cabeza doblada hacia la espalda.
En Bagdad ya no hay compasión. Tampoco en Washington ni en Tokio. Sólo la familia de Koda la tiene. No culpa a nadie. Sólo ruega al cielo que la paz llegue a Iraq.
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