Cenicienta
Ella será la única princesa que al casarse se convertirá en Cenicienta. La única, cuya sangre azul transvasará en roja, cuando se case. Sayako es la última hija de los emperadores Akihito y Michiko. La que aparece solita en un rincón de las fotos palaciegas de Año Nuevo.
A los treintaicinco años de edad, Sayako se cansó de besar los sapos de los estanques de la Casa Imperial. Antes se volvían príncipes.
Ha tenido Sayako que ir más allá de los jardines y de los muros de palacio para besar a un plebeyo que jamás mutará en príncipe.
Yoshiki Kuroda es cuatro años mayor que Sayako, tiene treintainueve años de edad y es un asalariado que labora en el área de proyectos urbanos del Gobierno Metropolitano de Tokio. Ha declarado que le gusta la fotografía y los coches.
La culpa de que la princesa Nori no miya -su nombre oficial- no haya encontrado un mejor partido entre sus pares la tiene el general Douglas McArthur (1880-1970) el hombre de la pipa de coronta de choclo. Él fue quien le quitó a su difunto abuelo, el emperador Hiroito (1901-1989) su condición divina y lo bajó de los cielos luego de la capitulación nipona en la Segunda Guerra mundial.
McArthur cortó, suprimió y redujo al mínimo a la realeza nipona, dejando sólo a la familia imperial la cuota representativa de una monarquía condenada a diluirse en el torrente sanguíneo del pueblo japonés. Tal como ha ocurrido con el actual emperador Akihito y su primogénito, Naruhito, ambos casados con hijas del pueblo.
Desde el año entrante, una vez consumado el enlace, Sayako llevará la vida de cualquier ama de casa nipona. Irá de compras a los almacenes y a los supermercados, se movilizará en buses y trenes, llorará en los cines con las películas de amor y se echará un par de hamburguesas con sus cocacolas en cualquier establecimiento de comida rápida.
Del dinero no tendrá que ocuparse ni preocuparse. Cuando baje al llano y se mezcle con la plebe, recibirá un dinero estipulado por la ley que se calcula en un máximo de diez veces la mitad de la anualidad que le corresponde. Hoy esa anualidad equivale a unos 30,5 millones de yenes, unos 295, 000 dólares americanos.
Con ese dinero, Kuroda podría dejar de trabajar. Dedicarse a la fotografía o a la colección de coches a escala. Con ese dinero él podría secundar con sus fotos los estudios que Sayako realiza en una fundación ornitológica en Yamashina, Chiba, donde destaca como una experta en pájaros.
Los besos de las princesas japonesas se han devaluado. No convierte en príncipes a sapos ni plebeyos.
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