Objetos perdidos
Si olvidas tu paraguas en el tren y vas a la oficina de objetos perdidos de la compañía ferroviaria Japan Rail, JR, es muy probable que ubiques el tuyo entre los varios cientos y miles de paraguas que los empleados recuperan de los vagones después de los días de lluvia.
Paraguas, maletines, carteras, relojes, libros, prendedores, teléfonos portátiles, abrigos, suéter, bufandas, ordenadores, en fin, todo lo que uno pueda dejar olvidado, puede recuperarse -con un poco de suerte- en la sección de cosas olvidadas.
Y es que todavía persiste en Japón la buena costumbre de devolver lo ajeno.
Una vez olvidamos en un taxi un gorro de béisbol que ese día habíamos adquirido para nuestro hijo menor. Llamamos a la compañía de taxi que nos brindó el servicio. Nos preguntaron la estación y la hora aproximada en que lo abordamos. Cuarentaicinco minutos después, el chófer tocaba el timbre de nuestra casa.
-Siento la demora, pero no daba con la dirección. Sabía que los había dejado por este distrito pero no recordaba la calle exacta, se excusó el chófer al devolvernos el gorro.
No una sino muchas veces he dejado olvidado en la tienda lo que minutos antes había comprado. La primera vez lo dí por perdido porque me había dado cuenta de su falta dos días después, al comprobar que no estaban por ningún lado las dos camisas que figuraban en el recibo.
Un amigo japonés insistió en que volviera a Ito Yokado, así se llama ese gran almacén.
-Si allí lo has dejado olvidado, entonces, allí debe estar -me animó.
Me derivaron a la sección de objetos perdidos y dicho y hecho, allí estaban mis dos camisas en su paquete. Mostré el recibo y volví a casa con ellas. Aliviado y felíz.
En Japón todavía existen personas que no se quedan con lo que no es suyo.
El pasado, 29 de enero, un adolescente que mataperreaba cerca de un canal de irrigación en la ciudad de Hasuda, en Saitama, encontró en sus aguas varios cientos de billetes de diez mil yenes. Cada billete equivale a un poco menos de cien dólares. El chico informó del hecho a la policía. La policía recogió el dinero que estaba en buen estado y lo contó: quince millones de yenes, unos 142,000 dólares americanos.
Hace seis años, un compatriota encontró tirado en las calles de Hiroo, Tokio, un reloj Chanell de oro, de mujer, de 18 quilates y con toda la pinta de ser de colección. Ese modelo de Chanell estaba valorizado en Ginza en más de 10,000 dólares americanos. Finalmente, lo entregó a la policía. Al cabo de un año, como nadie lo reclamó, el amigo peruano pasó a ser su nuevo propietario.
De acuerdo con la ley, si dentro de un año nadie lo reclama, el chico que encontró el dinero también se embolsara esos 142,000 dólares. Con eso le basta y le sobra como para que pueda pagar sus estudios en la universidad privada más cara de Japón.
Bueno, pues: ¿Quién dice que no vale la pena ser honrado?
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