martes, abril 05, 2005

Matrimonios y algo más






En 1989, el gobierno japonés modificó la ley de inmigraciones con el objeto de permitir que los descendientes de japoneses de ultramar, hijos (nisei) y nietos (sansei) pudieran establecerse y trabajar en Japón sin ningún tipo de restricciones.

Esa llave abrió las exclusas de la inmigración latinoamerica al Japón. Brasil, donde la colonia nipona bordea el millón de personas, y Perú, que supera las 100.000 personas, fueron los países que sufrieron la mayor sangría. Al cabo de dieciséis años la población nipo latina en Japón bordea las 320.000 personas.

La imperiosa necesidad de contar con una mano de obra barata y culturalmente afín sedujo a los que diseñaron esta ampolleta migratoria. Tenían en claro que por ser descendientes de japoneses no iban a causar conflictos sociales, étnicos ni religiosos. Tuvieron muy en cuenta la experiencia europea con los musulmanes y los africanos o la americana, con esos cientos y miles de latinoamericanos que cada día intentan cruzar el desierto que separa México de EEUU, y que al atravesarlo, no hacen sino aumentar las estadísticas de pobreza y marginalidad en las ciudades estadounidenses.

En todo caso, fue un flujo alternativo frente a las también necesarias migraciones de otros países del Sudeste asiático.

Con una economía en receso y con los números estancados, Japón ha trasladado ahora su producción a los países vecinos. Sobre todo a China, donde los costes de producción continúan siendo baratos.

Eso, sumado al incremento de la delincuencia, ha obligado a la oficina de inmigraciones ha adoptar medidas drásticas contra los indocumentados. Estableciendo penas y sanciones más rigurosas a los que los encubren o les dan empleo.

La única salida que tiene un ilegal para permanecer en Japón es casándose con un japonés. Sólo así tiene la posibilidad de poder regularizar su situación. De hecho, cientos de indocumentados han dejado las sombras de la clandestinidad al unir su sangre con la sangre de los nativos de estas islas.

Arturo, un peruano ilegal, ha sido uno de los últimos en pasar la dura prueba de demostrar a las autoridades que se caso con Miyako no por conveniencia o dinero, sino por amor. Los test y los interrogatorios, por separado, ha convertido a los oficiales de inmigraciones de Japón en cazadores de apariencias y mentiras.

Todas las preguntas son válidas incluso las que entran en el terreno privado.

Desde cómo vestía tu pareja cuando la conociste, pasando por fechas conmemorativas, el número de calzado, la talla de pantalón, los platos que más le gustan, el color preferido de ropa íntima o la marca de cigarrillos que fuma.

Basta que los datos de uno de los dos no coincida para acabar en el aeropuerto internacional de Narita esperando la salida del vuelo de la deportación.

Si la pareja tiene hijos, el panorama se facilita. No porque se ponga en duda la veracidad de su amor. Sino porque el fruto de ese amor es un niño destinado a engrosar mañana más tarde -todo depende de su inteligencia- la fila de esa mano de obra que tanto demanda un país como Japón que envejece con celeridad.

Si eres ilegal y consigues novia japonesa, no olvides de tomar apuntes hasta del número de lunares que adornan su cuerpo. De no saberlo, pones en riesgo tu sueño de emigrante.







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