martes, marzo 15, 2005

Crónica de una muerte anunciada





A veces la televisión nipona te sorprende con reportajes inauditos. De esos que tocan fibra. Que te estremecen. Que te arrancan las lágrimas con facilidad.

Supongamos que tienes 38 años de edad. Un empleo de esos que te permite rentar un apartamento en Hawai frente al mar, mantener un coche importado y una esposa maravillosa además de educar a cuatro hijos estupendos a los que les enseñas a correr olas los fines de semana. Allá, en la meca de las olas.

Sin embargo, un día vas al médico por un simple resfrío y sales del hospital con un diagnóstico fulminante: cáncer terminal. Un cáncer que se te metió por el estómago.

Lo siento, no te queda ni un año de vida, advierte el médico.

De eso versó el documental televisivo: la crónica de una muerte anunciada.

El conmovedor documental dura dos horas.Takeshi -por darle un nombre al protagonista- nos cuenta como era su vida antes de que se le manifestara la enfermedad. Fotos y vídeos nos muestran a un mozalbete de piel morena por el sol y una musculatura forjada por las olas. Nos cuenta que por las olas huye de Japón y recula en Hawai. Y allí, entre la playa, el mar, los amigos y los atardeceres, conoce a Akemi, otra apasionada de las olas.

No pasa mucho tiempo. Se casan en el mar de frac y vestido de novia blanco sobre una tabla hawiana.

Y así el documental va alternando pasado y presente. Background le llaman. Pasamos de los vómitos de sangre, las hemorragias, las idas y venidas al hospital, al ayer idílico, al ayer de dos padres primerizos que esperan como un milagro la llegada al hogar del primer hijo.

A sabiendas de que va a morir, Takeshi escribe un libro. A sabiendas de que va a morir, acepta ser grabado hasta el día en que ha de ser incinerado y sus cenizas arrojadas al océano.

A medida de que se va acercando el final, Takeshi nos confiesa sus esperanzas y temores, nos habla de los sueños que pudo realizar y de los sueños que quedarán inconclusos. La cámara lo muestra escribiendo sus memorias en un ordenador. La cámara muestra a Akemi llevando la cruz de ese calvario.

Los que diseñaron el documental no dejaron ni una abertura. Todo está registrado y editado. El miedo, la alegría, las angustias, el llanto y la esperanza.Takeshi y Akemi tienen cuatro hijos: una adolescente de trece años, un chico de once, otro de nueve y el más pequeño de cuatro años.

Mientras el deterioro físico de Takeshi se hace evidente cada día, ellos van preparando a sus vástagos de una manera simple y sin dramatismo -como deben decirse las cosas- que la separación es inminente y que la muerte no es un atropello contra la vida sino su natural y último renglón. Se ven secuencias de Takeshi con sus hijos en la orilla del mar. Corriendo olas. Incluso, en una secuencia, se observa a Takeshi en la playa con una enorme cicatriz en el abdomen. Una cirugía que no pudo detener el implacable avance de su mal.

En la media hora que resta del especial, se le ve a Takeshi en Japón. Ni los últimos avances tecnológicos pueden siquiera retrasar el desenlace. Y retorna a Hawai.

Todo, absolutamente es real. Los mocos, las lágrimas, la risa y el milagro de creer en la esperanza.

La agonía de Takeshi después de todo resultó bella, hermosa. Llevó su cruz con valor y dignidad. Con una sonrisa. Ha querido que sus hijos lo recuerden así. Sin llantos ni maldiciones en la boca.

Por último, un viaje de visita final a los amigos. Reuniones aquí y allá con los más íntimos en céntricos restaurantes. No pueden evitar el llanto. El amigo se les muere y no lo pueden evitar.

La madre de Takeshi ha llegado de Japón y le besa. Takeshi no le puede retribuir el beso. Yace en el ataúd rodeado de flores. Los familiares, los amigos cercanos rezan y lloran de cara al cajón. Los hijos de Takeshi depositan más flores. Papá no está muerto. Parece dormido, parecen decir.

En un yate, frente a la costa, la madre y la esposa arrojan las cenizas al mismo mar que Takeshi tanto amo. No contento con fondear sus cenizas en el agua, los camarógrafos acompañan a la viuda hasta el apartamento, hasta la cama vacía del difunto aún tibia de recuerdos. Y allí la sientan.

Probablemente, los réditos del libro y del documental televisivo permitirán que la viuda y los hijos de Takeshi puedan vivir cómodamente por algún tiempo. Quien sabe, puede que tengan asegurado los estudios en una universidad. En esta época no solo puedes vender tu alma sino también tu muerte.




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